sábado, 14 de septiembre de 2013

No hay justificación moral para soportar el yugo de la coacción/@mrbarretoh



No hay justificación moral para soportar el yugo de la coacción

Manuel Barreto Hernaiz barretom2@yahoo.com

“La corrupción es causa directa de la pobreza de los pueblos y suele ser la razón principal de sus desgracias sociales”. Jorge González Moore
Venezuela es uno de los países con mayores recursos hidrográficos del mundo... y no contamos con agua. La represa del Guri es la tercera central hidroeléctrica del mundo... y Planta Centro una de las más potentes turbogeneradoras de América... y no tenemos electricidad. Venezuela cuenta con las mayores reservas petroleras y es un importante productor de petróleo a nivel mundial... pero se ve obligado a comprar gasolina, y su inflación también está en el ranking mundial... Y este desastre... ¿A qué se debe? A muchos factores, empezando por esa nefasta tendencia de mediocrizar, de igualar por lo más bajo, de apartar a los mejores, de aplaudir a los peores, de seguir la línea del menor esfuerzo, de sustituir la calidad por la cantidad. 
A la incapacidad, a la incompetencia, a la corrupción, pero sobre todo a la inmoralidad, en virtud a que un gobierno con un presupuesto de 92.187 millones de dólares, que tenga todos los servicios que presta en catastróficas condiciones, es un gobierno inmoral. Como inmoral es la Nomenklatura y sus secuaces, esos corruptos que usaron el Estado para sus propios beneficios, es en fin de cuentas, un gobierno inmoral. Cuánta razón encierra aquella máxima de Demócrates, pronunciada hace más de dos milenios: Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa; pues esta campaña “anti-corrupción” del régimen es la cínica expresión de gritar “Al ladrón, al ladrón”... y frotarse las manos por tamaña desfachatez. 
Hoy, en nuestro país, transitamos lamentables momentos para los principios y los valores, para tener una visión proactiva y esperanzadora gestión del Estado y de la anhelada y perfectible democracia. A todas luces -o a la falta de ellas- se puede destacar que la pérdida del rumbo ético del gobierno no es más que el reflejo de una sociedad que también lo ha perdido, pues en fin de cuentas, esta Nomenklatura forma parte de la sociedad que por ella votó y desde hace tantos años, representa y dirige. Se hace imposible pretender que en sociedades corruptas, donde impera el odio, la intolerancia, y la ineptitud, que no saben de donde vienen ni adonde van, que no tienen visión de futuro, pueda surgir una minoría dirigente inmune a la corrupción, a la indiferencia y a la ignorancia. 
La indiferencia, el “todo da igual”, o “se veía venir”, la aquiescencia, son conductas que destruyen el tejido social, para entonces ubicarnos en una especie de neo-nihilismo, no relativismo, algo mucho peor: es negar la existencia del mal, que es la idea más nefasta del siglo XX, la de los fascismos rojos o negros. Si no existe el mal, todo está permitido. Y en resumidas cuentas, eso es cuanto nos ha pasado. Este régimen perverso se vanaglorió al crear un supuesto Poder Moral, argumentando que era uno de los pilares con los cuales se sostendría la libertad olvidando que ésta, para ser verdadera, debe estar cimentada en la verdad, y direccionada únicamente al bien. 
Si la sociedad no cuenta con convicciones morales coherentes y arraigadas, si la visión moral personalmente asumida no existe, sino que muchos se conducen dando tumbos con una moral sociológica, aceptando acríticamente los prejuicios y las modas morales que están en el ambiente de cada momento, no nos encontramos ante un verdadero pluralismo moral, sino ante un vacío moral. Porque aceptar la legitimidad del pluralismo no significa aceptar que “todo vale” y que cualquier actuación deba ser permitida. 
Hoy, como nunca antes, se hace necesario tener presente que los preceptos básicos de la moral cívica democrática son los Derechos Humanos, y por encima de la Constitución hay que re-currir a ellos. 
Valorar la construcción democrática -y trabajar por ella- en estos momentos es la mejor apuesta a futuro y el mejor antídoto contra el totalitarismo retardatario y su recurrente aspiración por el control y sumisión de una sociedad que ya se hastió de ser pusilánime, temerosa, que ya no acepta las cosas sin querer cambiarlas; y que no permitirá que le restrinjan su libertad para sentirse segura, ya que no hay justificación moral para soportar el yugo de la coacción, la imposición o la violencia de un régimen en caída libre.

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