Una reflexión desde Venezuela
Como venezolano que vive la realidad de nuestro país día a día, siento una profunda inquietud ante el panorama político, económico y social que enfrentamos en 2025. Las recientes medidas de Estados Unidos, como el aumento de la recompensa por la captura de Nicolás Maduro, (a quien la Fuerza Armada reconoce como su comandante en jefe) a 50 millones de dólares, y las acusaciones sobre el supuesto "Cártel de los Soles", han generado un clima de incertidumbre que afecta a todos los que vivimos aquí. Esta situación, combinada con una crisis económica que no da tregua, nos sume en una zozobra colectiva que merece una reflexión serena. La situación económica es cada vez más difícil. Según reportes, el Producto Interno Bruto podría contraerse entre un 2% y un 4% este año, mientras la inflación, que superó el 85% interanual en marzo de 2025, hace que la vida sea insostenible para muchos. La canasta básica, valorada en más de 600 dólares, está fuera del alcance de la mayoría, cuando los ingresos promedio apenas cubren una fracción de las necesidades. El Decreto de Emergencia Económica, anunciado recientemente, busca garantizar recursos para el Estado, pero nos lleva a preguntarnos ¿cómo superar esta crisis sin un esfuerzo colectivo que priorice el bienestar de todos los venezolanos?. Las acciones internacionales, como las sanciones y la recompensa mencionada, parecen buscar cambios en nuestro país, pero desde la perspectiva de quienes vivimos aquí, estas medidas generan más dudas que certezas. ¿Qué impacto podrían tener en nuestra estabilidad? La experiencia de otros países nos enseña que intervenciones externas, ya sean militares o de otro tipo, suelen dejar un legado de conflicto y sufrimiento. En un país donde las divisiones ya son profundas, cualquier acción que escale las tensiones podría desencadenar consecuencias impredecibles, afectando especialmente a los más vulnerables: nuestras familias, nuestros vecinos, nuestra comunidad. No niego el anhelo compartido por un cambio que traiga mejores condiciones de vida, donde la democracia sea plena y la voluntad de los ciudadanos sea respetada. Sin embargo, como alguien que conoce de cerca la complejidad de nuestra situación, creo firmemente que la violencia no es el camino. La historia venezolana de las últimas décadas nos muestra que los desafíos actuales son únicos y requieren soluciones distintas a las de otros tiempos. Quienes vivimos aquí sabemos que el cambio debe construirse desde dentro, con diálogo, unidad y un compromiso por evitar más dolor. A quienes observan nuestra realidad desde el exterior, les pido que consideren las consecuencias humanas de cualquier decisión. La presión internacional debe ser responsable, enfocada en apoyar a los venezolanos sin agravar nuestras dificultades. A mis compatriotas, tanto dentro como fuera del país, los invito a reflexionar: ¿cómo podemos trabajar juntos por un futuro donde la estabilidad y la esperanza sean posibles? La respuesta no está en la confrontación, sino en la búsqueda de caminos pacíficos que nos permitan sanar como nación. Desde mi corazón, como venezolano que sueña con un país mejor, hago un llamado a priorizar la paz, la reconciliación y el bienestar de todos. No queremos más incertidumbre ni conflicto. Queremos una Venezuela donde podamos construir un futuro juntos, con dignidad y sin temor.
Pablo Aure