Aquellas
que jamás se fueron/ Dimitry Belov
Son las 9:00 am, de un 23 de
Diciembre en el futuro no lejano de Venezuela, Josefina ya está saliendo de su
casa, está contenta porque la fábrica donde trabaja como supervisora de
producción, que pertenece a unos empresarios de su misma ciudad, ese año logró
abrir mercado en otros dos países suramericanos, y sus dueños agradeciendo el
esfuerzo del personal elevaron el bono navideño a sus empleados. Con esa plata
adicional, Josefina completó la inicial de su casa nueva que estrenará en
Febrero y amortizó a la deuda de su vehículo, para que las cuotas le queden a
la mitad de lo que venía pagando. Salió
caminando hacia la parada y dejó su carro en el garaje, porque desde que la compañía
privada de transporte metropolitano, de su municipio, comenzó operaciones, el
transporte se volvió muy eficiente, con horarios bien puntuales, todas las
unidades ahora tienen aire acondicionado, y cámaras de seguridad en cada
autobús; así que no vale la pena gastar gasolina –que ahora si cuesta un poco
más- y mientras va a su destino puede ver los conciertos y programas culturales
que pasan en las pantallas de cada transporte.
A las 9:23 am se encuentra con Joao, un hijo de portugueses inmigrantes
nacido en Venezuela, que se había ido a Portugal en Diciembre del 2014, pero
que regresó a emprender otra vez en su país. El joven la recibe al lado del
mostrador, le tiene lista la orden de todas las carnes que ella pidió que le
limpiaran, para hacer las hallacas con su familia que volvió de Panamá hace dos
semanas. El muchacho le cobra y le entrega una botella de vino como regalo de promoción
navideña, aprovecha y le invita a la inauguración de una sucursal de la
carnicería que abrirán en Enero cerca del centro de la ciudad donde viven. La
mujer paga su factura, se despide agradecida, deseándole feliz navidad a él y a
su familia y prometiéndole unas hallacas de regalo para mañana y así devolver el
buen gesto del carnicero.
Al llegar a la parada, el chofer
ayudó a la señora a subir al bus la carretilla portátil donde llevaba la compra.
Josefina se sienta y observa en una pantalla la repetición del concierto que
dieran esa gran cantidad de artistas unos meses después de la fecha de la
liberación y la reconciliación nacional. Sonrió al ver de nuevo a Roque Valero,
abrazando a Carla Angola, y a Hanny Kauan dándose la mano y sonriendo con Chino
y Nacho. Desvió la Mirada hacia las
montañas, suspiró al ver como la ciudad se estaba transformado, ya no eran
veredas ni escaleras que una vez subió con miedo a que la atracaran, no eran
aquellos terroríficos parajes donde había visto a varios de sus vecinos perecer
a manos del hampa. Esas montañas que una vez fueron color ladrillo, ahora eran
más verdes, tenían más arboles, probablemente vivían allí la misma cantidad de
personas, pero ahora eran urbanizaciones, algunas de interés social, otras de
clase media, otras de gente un poco más acomodada. No pudo evitar pensar en los
días cuando le tocaba subir por esas escaleras tobos de agua y una que otra bolsa
de comida después de aquellas maratónicas y frustrantes colas, mientras lo
hacía, una lagrima recorrió su mejilla, pero esta vez era una lágrima que
limpiaba ese recuerdo, que lo desvanecía.
En una breve oración, agradeció
el día -no esta segura cuando fue- donde el coraje y el optimismo rebosaron en
todos los venezolanos. Esos días donde con fuerza el país exigió y cobró de
nuevo su futuro, cuando todos nos unimos y decidimos liberarnos del atraso para
devolverle al país sus valores y sus instituciones. Apretó un poco los labios y
murmulló –Gracias Dios mío por permitirnos mantener la esperanza y la fe.
Gracias, por esas que nunca se fueron.
@dimitrybelov
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