Santiago José Guevara* / 17-04-2015
SOBRE LA NOTA DE LOS EDITORES AL ARTÍCULO DE SHEAHAN.
La política económica convencional tuvo marcado énfasis en las
preocupaciones de los responsables del Proyecto “Transiciones” (como
ellos mismos lo llaman) del Wilson Center de la Universidad Johns
Hopkins.
El asunto referido en el artículo anterior había surgido desde muy temprano, a comienzos de la década de los ’80, en la tercera conferencia del Proyecto, en un artículo de Albert Fishlow, titulado "Are economic constraints an empty intellectual box?", en el cual se expresa la preocupación sobre la posibilidad de los aportes de la política económica para resolver los asuntos planteados por las democracias emergentes.
El planteamiento lo hacía Fishlow en términos de la certeza de los “límites a la extensión en que pueden variarse las políticas económicas en respuesta a las nuevas demandas que acompañan inevitablemente a la democratización”.
Para la época, sea dicho, ya se tenía la experiencia de varias generaciones de transiciones a la democracia. Las europeas del sur, las más recientes, bajo tipos diversos, permitieron observar distintos procesos y manejos en lo económico.
De esos casos, teóricamente los más propicios y llenos de posibilidades de progreso a la consolidación debieron ser el portugués y el griego, por las oportunidades del colapso o vaciamiento político (como lo llamamos) que los inició. Sin embargo, el español, caso de propiciación del régimen cooptado de Suárez, nos mostró una acción más focal e integral que, por ejemplo, las turbulencias revolucionarias y otras de Portugal.
Del caso español, para contrastarlo con la discusión objeto de este artículo, interesa señalar los apoyos de lo económico en la Economía Constitucional, en el Neoinstitucionalismo, en manejos consensuales de las políticas de rentas y en un conjunto de acciones y reformas, tanto para tareas de estabilización (la importancia del tema inflacionario en los Pactos de La Moncloa, por ejemplo), liberalización y en todo el instrumental político económico.
Lo anterior lo referimos para compararlo con los criterios dominantes en el ambiente del Centro Wilson. Para los españoles, independientemente de las fallas que se les pueda asociar (desde la perspectiva de la Teoría de la Elección Pública –Public Choice-, por ejemplo), no había la preocupación por los límites de la política económica. Todo lo contrario.
En los manejos del Centro Wilson, Fishlow y Sheahan se autolimitan a una o unas pocas áreas. Incluso Robert R. Kaufman, quien también publica un artículo en el mismo volumen del texto de Sheahan. Su foco de atención principal es la acción estatal en el comercio exterior. Fishlow llega a citar que en el evento arriba referido, “no hubo ningún artículo individual que desarrollara un solo argumento en contra de la participación activa en el comercio exterior”.
Sus manejos se preocupan por la viabilidad a mediano plazo, para lo cual el respeto a las herramientas y limitaciones de la política económica; pero, también el reconocimiento de que por el bien de las “jóvenes democracias”, eran convenientes modificaciones respecto a la política totalitaria, bajo el supuesto de su poco atractivo.
Esto último nos lleva a interrogarnos si la entera variedad de manejos de política económica de los gobiernos totalitarios pueden ser considerados inconvenientes o poco atractivos. Es una discusión que dejamos para bastante más adelante, cuando revisemos, en perspectiva de largo plazo, los procesos de corte totalitario en lo político, pero liberalizadores en lo económico. La China, desde los ’80, o el Chile de Pinochet
Usemos el ejemplo de Chile, el cual he referido en artículo en esta misma columna, incluido en el libro anterior en vías de publicación (“Balance II”. 14/11/2014), por el cual muchos amigos me han expresado su malestar. Chile mostró con Pinochet un proceso económico en el sentido de las búsquedas más promisorias en algunas líneas de acción en lo económico. Recuerden –esto es clave- que las transiciones son procesos orientados al largo plazo, no solo un medio de zafarse del totalitarismo, el estatismo o el populismo.
Como lo dije en un artículo –medio en serio, medio en broma- Pinochet fue el primer transicionalista chileno. Claro, que hablando en sentido económico, no político. Cosas de la disonancia entre transición económica y transición política. Y no es único caso.
Ya sabemos que algún tiempo después del dictador chileno, eclosionaron procesos transicionales de naturaleza económica, hoy exitosos, que no han llevado a la democracia. Son situaciones que examinaremos con buen bisturí, más adelante, para extraer todas sus enseñanzas.
Un ejemplo que viene al caso, sobre los manejos necesarios, presentes en las preocupaciones de los autores que comentamos y en el gobierno de Pinochet es lo relativo a la apertura de la economía y su orientación a las exportaciones, por vías diversas. Tema controversial aún.
Es verdad que hoy hay realidades y un amplio reconocimiento a lo central de la apertura a los flujos de comercio, inversiones, relaciones, etc., con el medio externo; pero, no es tan claro que se le preste principal importancia a los medios precisos por los cuales garantizar los máximos resultados y el buen desempeño de largo plazo.
Revísese la agenda económica actual latinoamericana. Sí, la que responde a los problemas presentes. Una región en vías a la recesión. Léase lo que plantean analistas y órganos multilaterales. Son poco asertivos. El crecimiento reciente, por vía de las exportaciones de materias primas, anuló la reflexión y elaboraciones sobre el largo plazo.
Y el tema de otro modelo aún no se menciona. Sin dudas, ha habido una insuficiencia en la visión transicional económica. La que apunta al largo plazo. De Venezuela, no se diga. En las actuales manos, es caso perdido. El propio cangrejo: marcha atrás e imposibilidad de solución. Toca una muy exigente transición económica. Las relaciones externas –el tema de los autores comentados- juegan un rol clave.
El asunto referido en el artículo anterior había surgido desde muy temprano, a comienzos de la década de los ’80, en la tercera conferencia del Proyecto, en un artículo de Albert Fishlow, titulado "Are economic constraints an empty intellectual box?", en el cual se expresa la preocupación sobre la posibilidad de los aportes de la política económica para resolver los asuntos planteados por las democracias emergentes.
El planteamiento lo hacía Fishlow en términos de la certeza de los “límites a la extensión en que pueden variarse las políticas económicas en respuesta a las nuevas demandas que acompañan inevitablemente a la democratización”.
Para la época, sea dicho, ya se tenía la experiencia de varias generaciones de transiciones a la democracia. Las europeas del sur, las más recientes, bajo tipos diversos, permitieron observar distintos procesos y manejos en lo económico.
De esos casos, teóricamente los más propicios y llenos de posibilidades de progreso a la consolidación debieron ser el portugués y el griego, por las oportunidades del colapso o vaciamiento político (como lo llamamos) que los inició. Sin embargo, el español, caso de propiciación del régimen cooptado de Suárez, nos mostró una acción más focal e integral que, por ejemplo, las turbulencias revolucionarias y otras de Portugal.
Del caso español, para contrastarlo con la discusión objeto de este artículo, interesa señalar los apoyos de lo económico en la Economía Constitucional, en el Neoinstitucionalismo, en manejos consensuales de las políticas de rentas y en un conjunto de acciones y reformas, tanto para tareas de estabilización (la importancia del tema inflacionario en los Pactos de La Moncloa, por ejemplo), liberalización y en todo el instrumental político económico.
Lo anterior lo referimos para compararlo con los criterios dominantes en el ambiente del Centro Wilson. Para los españoles, independientemente de las fallas que se les pueda asociar (desde la perspectiva de la Teoría de la Elección Pública –Public Choice-, por ejemplo), no había la preocupación por los límites de la política económica. Todo lo contrario.
En los manejos del Centro Wilson, Fishlow y Sheahan se autolimitan a una o unas pocas áreas. Incluso Robert R. Kaufman, quien también publica un artículo en el mismo volumen del texto de Sheahan. Su foco de atención principal es la acción estatal en el comercio exterior. Fishlow llega a citar que en el evento arriba referido, “no hubo ningún artículo individual que desarrollara un solo argumento en contra de la participación activa en el comercio exterior”.
Sus manejos se preocupan por la viabilidad a mediano plazo, para lo cual el respeto a las herramientas y limitaciones de la política económica; pero, también el reconocimiento de que por el bien de las “jóvenes democracias”, eran convenientes modificaciones respecto a la política totalitaria, bajo el supuesto de su poco atractivo.
Esto último nos lleva a interrogarnos si la entera variedad de manejos de política económica de los gobiernos totalitarios pueden ser considerados inconvenientes o poco atractivos. Es una discusión que dejamos para bastante más adelante, cuando revisemos, en perspectiva de largo plazo, los procesos de corte totalitario en lo político, pero liberalizadores en lo económico. La China, desde los ’80, o el Chile de Pinochet
Usemos el ejemplo de Chile, el cual he referido en artículo en esta misma columna, incluido en el libro anterior en vías de publicación (“Balance II”. 14/11/2014), por el cual muchos amigos me han expresado su malestar. Chile mostró con Pinochet un proceso económico en el sentido de las búsquedas más promisorias en algunas líneas de acción en lo económico. Recuerden –esto es clave- que las transiciones son procesos orientados al largo plazo, no solo un medio de zafarse del totalitarismo, el estatismo o el populismo.
Como lo dije en un artículo –medio en serio, medio en broma- Pinochet fue el primer transicionalista chileno. Claro, que hablando en sentido económico, no político. Cosas de la disonancia entre transición económica y transición política. Y no es único caso.
Ya sabemos que algún tiempo después del dictador chileno, eclosionaron procesos transicionales de naturaleza económica, hoy exitosos, que no han llevado a la democracia. Son situaciones que examinaremos con buen bisturí, más adelante, para extraer todas sus enseñanzas.
Un ejemplo que viene al caso, sobre los manejos necesarios, presentes en las preocupaciones de los autores que comentamos y en el gobierno de Pinochet es lo relativo a la apertura de la economía y su orientación a las exportaciones, por vías diversas. Tema controversial aún.
Es verdad que hoy hay realidades y un amplio reconocimiento a lo central de la apertura a los flujos de comercio, inversiones, relaciones, etc., con el medio externo; pero, no es tan claro que se le preste principal importancia a los medios precisos por los cuales garantizar los máximos resultados y el buen desempeño de largo plazo.
Revísese la agenda económica actual latinoamericana. Sí, la que responde a los problemas presentes. Una región en vías a la recesión. Léase lo que plantean analistas y órganos multilaterales. Son poco asertivos. El crecimiento reciente, por vía de las exportaciones de materias primas, anuló la reflexión y elaboraciones sobre el largo plazo.
Y el tema de otro modelo aún no se menciona. Sin dudas, ha habido una insuficiencia en la visión transicional económica. La que apunta al largo plazo. De Venezuela, no se diga. En las actuales manos, es caso perdido. El propio cangrejo: marcha atrás e imposibilidad de solución. Toca una muy exigente transición económica. Las relaciones externas –el tema de los autores comentados- juegan un rol clave.
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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