domingo, 9 de septiembre de 2012

Chávez, frente a la derrota


Lectura Tangente/Notitarde

Chávez, frente a la derrota

Antonio Sánchez García
He allí la clave del éxito de nuestra cruzada: unidad, vigilancia y voluntad férrea de defender nuestra victoria con nuestras vidas. La historia nos lo demanda.
Lo recuerdo sobrado, guapo, mayestático: "'por ahora' no logramos nuestros objetivos." (Pero prepárense, tropa de burgueses, adecos y maleantes, que lo que les viene es candela). Lo recuerdo instando a sus compañeros, los exitosos, los que las tuvieron del tamaño del compromiso, a rendirse ('porque si no lo logré yo, no se imagine ninguno de ustedes, pendejos de cuartel, que se harán con el botín'). 
Lo recuerdo flanqueado por los generales Santeliz, el traidor, y Ochoa Antich, por decir lo menos: "el ingenuo". Preparándose los tres a sentarse a almorzar, pagando quienes se olvidaron de arrancarle sus presillas, sus medallas, sus galones. Y darle una zarabanda de palos, sus vergüenzas al aire, que es lo que en un ejército de varones honorables, bragados y orgullosos le hubieran servido. Pero eso, en la España de la transición con el coronel Tejero o en la Francia gaullista, con Raoul Salan. En la Venezuela postsaudita, esa felonía fue tratada por nuestras fuerzas armadas como una broma de muchachos. Una fría, un buen bistec y un bienmesabe. ¿Un marroncito, teniente coronel?
Después se me aparece atravesando el desierto del ridículo, flaco y de liquilique grisáceo, personajillo menor de la fauna galleguiana, recorriendo el país con algunos de sus guardaespaldas en un cacharro prestado. Los mismos espalderos que seis años después en menos que cantara un gallo superaban los mil millones de dólares en sus cuentas bancarias. Se asomaba en los mediodías soleados de provincia por los polvorientos despachos redaccionales, a ver si alguien lo metía en alguna nota, más no fuera de sucesos. O lo sentaba ante un micrófono, su debilidad genética. Si necesario, hasta con un cuatro destartalado. De esos que se encuentran arrinconados en las notarías. Que payaso de chiquito, no le hacía ningún asco a un buen joropo.
Hasta que cayó en los brazos de los Vollmer, los Vallenilla, los Carrero, los Cisneros, los Arcaya, los Boulton, los Miquilena, los Rangeles y conoció las yuntas de ónix, las corbatas de seda, las camisas a rayas, los relojes de marca. Y los trajes cortados a la medida. Fueron unos meses viendo a la ciudad de sus ambiciones desde el Penthouse prestado por el neo empresario de seguros, aprendiendo la palabra Schedule y utilizando laptop para darle seguimiento a su afiebrado calendario de citas, encuentros, conversaciones. Me tienta nombrar a tanto empresario, académico y jurisconsulto rendido a sus pies. Pero errar es humano, perdonar es divino, como rezaba en un platillo de cerámica colgado en el vestíbulo de la modesta casita de mis padres.

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De allí en adelante, con el sorprendente interludio del 11 de abril de 2002, cuando lo mandaron por unas pocas horas a lavarse sus únicos calzoncillos a La Orchila, solo lo vi en el histriónico papel del caudillo, el Puedelotodo, el mandamás, el pesa'o, el que más ha meado en Venezuela desde los años treinta, cuarenta y cincuenta. El único latinoamericano que se le montó encima al Caballo habanero, sedujo a los sunitas, convenció a los chiitas, habló más florido y mejor que una pareja de charlatanes argentinos, fue más confianzudo que el tirano del Caribe, apabulló a un pequeñajo colombiano y se dejó caer por Ipanema y Leblon como y cuando le vino en gana. Privilegio del manirroto financista de la campaña. Marco Aurelio García lleva la cuenta de los millones de dólares que su jefe le adeuda.
Había logrado, en efecto, comprometer con fajos y fajos y fajos de billetes a Lula, el trotskista, a Kirchner, el peronista, a Ortega, el pervertido, y sobre todo a Fidel, el Mesías, y a su hermano Raúl, la China, como le llaman en los bajos fondos de la revolución cubana. Sin considerar trofeos menores como el cocalero boliviano y el compungido señorón ecuatoriano. Palmoteó al Rey, así saliera trasquilado; abrazó a la Reina del Imperio Británico, a la que le regaló una guacamaya y quien le ariscó la nariz como oliendo sobaco plebeyo; estrechó entre sus brazos a un escandalizado monarca nipón, el sagrado; empujó al Papa, pisoteó a Dilma Rousseff, le estampó sonoro beso a Mme Botox en plenas honras funerarias del único montonero con estrabismo. Vamos, que se permitió lujos vetados a las más altas personalidades de la tierra, como ser paseado por las calles de Bagdad chofereado por el propio Sadam Hussein en su Mercedes 600 blindado. A poco tiempo de que lo espulgaran y lo pusieran a secar en una tensa cuerda iraquí.
Se cuenta y no se cree. Aún hoy, ya en el ocaso de su ascensión, fulgor y gloria de 14 años con todos sus días y todas sus noches gobernando a un país geográficamente estratégico y disponiendo de una fastuosa fortuna, el mayor Poder político, social, económico y cultural jamás detentado por presidente venezolano alguno, incluido el propio Simón Bolívar, cuesta imaginárselo. No hay con quién compararlo. Hasta Carlos Andrés Pérez, un caudillo que tenía lo suyo, no alcanza al ombligo de su popularidad planetaria. Cuesta hacérselo a la idea de su decadencia, sobre todo después de haberlo visto jugando con el globo terráqueo, como el Hitler ridiculizado por Chaplin, de haber tenido a su nocturna disposición a la modelo más afamada del universo, de haber sido cortejado por Castro, el tirano más prepotente, malvado e insoportable de la historia de América Latina, de haber tenido a las dos presidentas de los dos países más poderosos de América del Sur comiendo en su mano y de haber superado a Ernesto Che Guevara en la veneración mundial.

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¿Chávez caído en desgracia? Debe estar pellizcándose el cachete frente a su espejo mágico, para cerciorarse si es cierto lo que dicen los brasileños, los cubanos, los españoles, los colombianos: que un mozalbete todavía más joven que él cuando andaba soliviantando los cuarteles se lo está comiendo de arriba abajo como a un pollito de los hermanos Riviera.
Lo ha logrado en andas de una campaña admirable que su tenacidad y su carisma han convertido en cruzada. Capriles es un venezolano sencillo, parco, estricto en palabras y promesas pero de una arrolladora sinceridad, de profundas convicciones morales y religiosas, formado en los principios del servicio público, civilista a carta cabal y capaz de llegarle al corazón de la gente más humilde, sin estridencias, sin rimbombancias, sin demagogia. Con afecto y humildad verdaderos. En pocas palabras: la antípoda del candidato a una tercera reelección. Es lo que le ha permitido en dos meses superar una desventaja inicial de casi 10 puntos hasta alcanzar a Hugo Chávez y superarlo, como lo atestiguan al día de hoy Consultores 21, Predicmátic, Hercon, Varianzas y otras encuestadoras de comprobada seriedad. Las cuales dejan entrever que esa brecha llega a los 20 y más puntos en las ciudades más populosas, como Valencia, Caracas, Maracay y Maracaibo. Y supera los 5 puntos en aquéllas de entre 1 millón y dos millones de habitantes.
Es lo que tiene indignado, desquiciado, iracundo a Hugo Chávez: golpea las paredes, se destroza los nudillos, se da de cabezazos y grita desgarradoramente, confundido entre los estrujones del alma y los retorcijones. Es lo que lo lleva a rechazar todo debate con su adversario y a atacarlo de modo contumaz, grosero y despechado. El clásico recurso del impotente: ofensas en lugar de ideas. Que nunca tuvo. Está gravemente herido. Según el filósofo Thomas Hobbes, nada peor para un tirano que verse menospreciado en su vanidad y empujado a la muerte política. La más violenta. Es cuando les sale el dragón que llevan dentro.
Los procesos electorales suelen ocultar la voluntad del factor que terminará por decidir los resultados finales. Como aconteciera en Venezuela en diciembre de 2007, en noviembre de 2008 y en septiembre de 2010. O cuando los canallas hojilleros aseguraran que no alcanzaríamos más de medio millón de participantes en nuestras Primarias. Superamos holgadamente los 3 millones. Todas las encuestadoras que aseguran ganador a Hugo Chávez se equivocaron garrafalmente en esas ocasiones, hasta por 20 y más puntos. Incluidos Ivad y Datanálisis, las aparentemente más profesionales de todas ellas. Volverán a equivocarse. El caso Schemel fue sencillamente escandaloso: dio por ganador de la Alcaldía Metropolitana al Sr. Uribe y de último a Antonio Ledezma. Exactamente lo contrario de lo que sucedió. L. V. León no nos daba más de 30 a 35 diputados. Duplicamos su cifra. El Sr. Seijas, propietario de Ivad, dio a las 5 de la tarde del 2 de diciembre de 2007 por ganador del Plebiscito a Hugo Chávez. La vigilancia opositora impidió la consumación del fraude pretendido por el régimen con la complicidad de dicha encuestadora.
He allí la clave del éxito de nuestra cruzada: unidad, vigilancia y voluntad férrea de defender nuestra victoria con nuestras vidas. El futuro nos lo agradecerá.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs

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