Los alquimistas de
la esperanza/ Dimitry Belov
Tamara nació en una pequeña aldea en el lado Ruso cerca de la ciudad de Volnovaha,
al norte del mar de Azov. Fue la mayor de las tres mujeres de un matrimonio de
cinco hijos. Los comunistas de esa zona, los soviéticos, no tardaron en
declarar a su familia “Enemigos del pueblo” por negarse a inscribirse en el
partido socialista y resistirse a ser expropiados de una parcela que les servía
como hogar y que cultivaban para sustento de la familia. En medio de los
tumultos de la segunda Guerra, tuvieron que emprender la huida para no engrosar
la estadística de los 10.000.000 de kulaks aniquilados por Joseph Stalin. Durante
su peregrinaje, fueron víctimas de incendio de la vivienda donde lograban
establecerse en tres ocasiones (dos veces por parte de los comunistas estalinistas
y una por los Nazis –Nacional Socialistas-), en algún momento llegaron a
sobrevivir 7 días sin conseguir alimento. Como muchísimos otros, perdieron un
buen número de familiares en el camino. En la avanzada Nazi, Tamara queda detrás
de la línea alemana. Ella, su madre y hermanos, para ese momento son vistos
como desertores del régimen comunista y son acogidos por un programa Alemán
donde les daban alojamiento en campamentos y raciones de comida a los
refugiados rusos, a cambio de trabajo como obreros en las diferentes fabricas
del 3er Reich (esclavitud moderna a cambio del perdón de sus vidas). Tamara,
quien para la fecha todavía no alcanzaba los 18, trabajo dos años como obrera
en una fábrica de quesos en Múnich y vivían en las barracas de refugiados. Allí
conoció a Pedro (o tal vez algún tiempo antes), con quien se casa cuando apenas
finaliza la segunda Guerra mundial con la capitulación alemana. Ya en 1946 nace
su primer hijo.
La joven pareja y la familia materna toman la decisión de aceptar
enrolarse en el programa de reubicación de refugiados, no sin antes adquirir pasaportes
de otra nacionalidad por miedo a ser identificados por los comunistas rusos
quienes para esos días tenían el control de Múnich. Escogen que su destino
seria Venezuela, entre tres opciones, siendo las otras dos Canadá y Argentina
–La única razón para tomar esa decisión es que le informaron que en el país caribeño
no existía el frio que les había hecho
sufrir tanto en su peregrinar-. La familia llega a Guigue, Edo. Carabobo, cuando
apenas comenzaba la década del 50. Allí se reúnen con refugiados de Polonia, checoslovacos,
ucranianos, húngaros, yugoslavos etc. Todos en la misma situación, todos en la
misma precariedad, todos víctimas casi de la misma tragedia.
Al llegar a Valencia, luego de un breve periodo en Puerto Cabello, es
que Tamara entiende el noble papel que cumplió Venezuela en la acogida y recepción
de refugiados de todos los destinos. Alemanes, Ingleses, polacos, italianos, españoles,
portugueses etc. Todos llegaron a la tierra venezolana con el mismo objetivo,
¡sobrevivir! Aunque en el camino terminaran transmutando espiritualmente como
alquimistas de la esperanza. Aquellos
quienes de la tragedia humana se convirtieron en testimonios de sobrevivencia,
vida digna, emprendimiento y evolución. Aquellos que no se abatieron ante la
calamidad y florecieron entre las cenizas de sus propias dificultades.
Pedro, el esposo de Tamara, abandonó este plano al poco tiempo de llegar
a Venezuela víctima de un cáncer, pero no sin dejar dos años antes, en esta tierra, a otro hijo del matrimonio.
Tamara por su lado, viuda muy joven, no se amilanó, trabajó como cajera del
supermercado Tarka en el centro de Valencia. Establecimiento que luego alquiló
a su dueño, el Sr Tarka, y después adquirió para hacerse como propietaria.
Levantó a su familia con ayuda de su madre y sus hermanos. Incluso se volvió a
casar. No guardó rencores, no guardó odios, vivió de manera plena, digna y
feliz. A sus ochenta y seis años, un 5 de Octubre del 2014 se despidió de
nosotros para irse a reencontrar con algunos de los suyos.
Antes de irse y durante toda su vida, Tamara, con su ejemplo y su vida
nos enseñó a no creer en socialistas ni comunistas. Pero mucho más importante, al
igual que muchísimos otros criollos y extranjeros nacionalizados o no, fue
testimonio vivo de la fórmula para transformar la desgracia en ganancia,
transformar la desesperanza en ilusión y transformar lo que está destinado a
morir de vuelta en vida. Esa fórmula, que no es otra que la mezcla equitativa
del trabajo honesto y constante, la vida austera, el emprendimiento responsable,
el respeto hacia los vecinos y el amor por la familia, la profesaría con cada acto de su vida, esperanzada que algunos
de quienes le seguimos, no solo la entendamos sino la pusiéramos en práctica.
Esa y no otra es la fórmula utilizada por muchos ciudadanos del mundo que
juntos han logrado reconstruir sus países.
Hoy, veo alquimistas de la esperanza donde quiera que vaya, los veo
venezolanos, africanos, sirios, cubanos, y provenientes de muchos otros países
donde los diferentes regímenes, de “la época más pacífica de nuestra historia”,
obligan a los que piensan distinto a conseguir otras vías de subsistencia para
asegurar la vida de sus familias. Siempre habrán tiranos, dictadores y
totalitaristas en el mundo, pero por cada sombra que surja debemos ser
portadores de un mayor número aún de luces: Nuestras raíces, nuestros
principios y valores.
Que tu memoria sea eterna…
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