Opinion
POLÍTICA Venezuela
EL NUEVO MODO
Economía VI
Santiago José Guevara García* / 01-05-2015
LA ÚLTIMA TRANSICIÓN VENEZOLANA.
Venezuela acumula dos transiciones frustradas: de 1945 a 1948, posterior a la larga cooptación posgomecista y la iniciada en 1956, mediatizada entre finales de los ’60 y comienzos de los ’70, con la resulta de su inevitable regresión, en el fin de los ’90.
Sostenemos –en contra de las matrices de opinión establecidas- que la principal causa del retorno al autoritarismo en el país está en el fracaso del intento democrático anterior a él. Las transiciones son exitosas solo cuando llegan a la consolidación.
La última transición a la democracia, arrancada en los ’50, fue un caso virtuosísimo en su arranque, sobre todo en el plano de la lucha y la unidad nacional para gobernar; pero, con incomprensión de la forzosa consideración del largo plazo y sus condicionantes, en tres planos: la mala influencia de los liderazgos carismáticos, la calidad de las instituciones económicas y el proyecto productivo para el largo plazo.
Nuestro artículo “Época” (7 de noviembre 2014), recogido en el libro aún no publicado “Tesis Avanzadas sobre Transiciones a la Democracia”, resulta de una lectura política del proceso inicial de esa transición.
Hoy vamos a la lectura económica de lo sucedido antes, entonces y después. Iniciamos en los albores del Siglo XX, en cuanto a la creación de instituciones económicas propicias. Lo hicieron principalmente regímenes autoritarios o albaceas.
Cipriano Castro (1898-1908) creó el Fondo de Reservas del Tesoro en 1902. Gómez (1908-35) lo mantuvo y usó de modo impecable para fines anticíclicos y se basó en su Ministro Román Cárdenas y otros, para un trabajo complejo de modernización y centralización de las finanzas públicas y el manejo austero, y con base en prioridades, del Estado, aunque con ilícitos. El gasto se canalizó por la vía del gasto público central, se renunció al financiamiento externo y en 1930 se pagó el total de la deuda debida desde la Independencia. El petróleo produjo un efecto de gran bonanza, pese a que la Primera Guerra y la crisis del ’29 crearon problemas y obligaron a ajustes. Fue tiempo de apreciación notable de la moneda. El Estado se hacía más presente, aunque eso incluía diversas externalidades provechosas.
El posgomecismo estuvo marcado por intentos desarrollistas, en un contexto de lucha entre sectores tradicionales y modernizadores y el permanente avance del Estado, muy en la línea, de nuestro aprecio, del Estado promotor, por la vía de externalidades; pero, con exceso de presencia en la actividad propiamente productiva. El “Programa de Febrero”, de 1936, fue el punto de arranque del “modelo”. Buena elaboración de Alberto Adriani y otros. Tocaba a Medina Angarita replantearlo. Se lo formuló, pero siempre se difirió. Desde entonces, no ha habido un esfuerzo integral estatal, de cara al largo plazo. La Economía se hizo esquiva a los políticos. En esto insistiremos.
La producción creció más de 6% promedio entre 1928 y 1977-78. En la década de los ’50, fue de un promedio del 12,50%. Era la cuarta década de crecimiento alto. Resultaba de la combinación de exportaciones petroleras crecientes e instituciones propicias. Venezuela apuntaba al primer mundo. Pero, no había, pese a los intentos, un proyecto económico y productivo de largo plazo explícito que echara raíces.
Razones políticas y de entorno mundial dieron al traste con la dictadura perezjimenista. La democracia nace en tiempos de auge del modelo cepaliano de sustitución de importaciones. Betancourt y sus técnicos lo acogen, sin dinamizarlo al largo plazo. El futuro largo no estaba explícitamente en sus formulaciones, pese a las ideas de Mariano Picón Salas, consejero cercano.
Recuerdo los tiempos de mi grado, en los cuales insistía en la necesidad de un paso adelante en el modelo, a la internacionalización, vía cadenas o redes. Poco tiempo después de graduado (la aplicación del modelo acumulaba más de diez años) tuve la oportunidad de trabajar sobre el nivel de interrelación del aparato productivo nacional y era muy bajo. Nunca hubo un diseño productivo explícito de largo plazo.
En los gobiernos de Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez (1969 a 1979) se demolió la institucionalidad económica, que, aunque naïve, permitió la estabilidad de los cincuenta años previos. En lo político hubo una corta vigencia de una política moderna, con Betancourt y Leoni (1959-1969), pero poco a poco la política carismática se adueño de la escena. La discrecionalidad y el corporativismo rentista se apropiaron del sistema político.
El crecimiento se paralizó y retrocedió a partir del ’77-78, el lapso hasta el llamado “Viernes Negro” fue de parálisis y turbulencias, pese a las alzas del petróleo por el proceso iraní. A finales de los ’70 y comienzos de los ’80, las mentes más lúcidas –de nuevo Betancourt- pedían una recomposición del consenso nacional; pero imperaba el corporativismo rentista impropio. La Comisión de Finanzas de Diputados era su salón de fiestas.
Los ’80 mostraron iniciativas de recomposición institucional, aunque poco efectivas. Y en el ’89 se dio el famoso “Caracazo”, golpe mortal al sistema. La corta recomposición intentada ese año mostraba insuficiencias. En noviembre ’91 vaticiné una crisis terminal. Tres meses después se dio el primero de dos golpes militares. Ambas cosas se las comenté ex post al entonces ex Presidente Pérez. El mal estaba hecho.
El resto fue solo estertores. El ex Presidente Velásquez me contó de un golpe militar abortado. Caldera también estuvo “a punto de caramelo”. Era evidente una regresión. Se llamó Chávez. Un militar felón. ¿Nos servirá esta rápida historia para aprender?
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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