lunes, 2 de agosto de 2010

¿Le toca a las universidades?

El Carabobeño 02/08/2010
¡Hasta cuándo!
¿Le toca a las universidades?
Pablo Aure
Escuchar decir que la Universidad venezolana está en crisis no es cosa nueva, pues ese discurso lo hemos oído desde hace bastante tiempo. Pero lo que no habíamos escuchado decir jamás es que se quiera imponer un pensamiento único en las máximas casas de estudios. Desde luego que semejante locura a nadie se le podría haber ocurrido, ya que la esencia universitaria es la del pensamiento plural y reconocimiento a las minorías. Aunque hoy no me voy a referir a esa idea contranatura de instaurar un modelo único de pensar, sí trataré de desarrollar desde mi perspectiva la enfermedad que afecta al sector universitario. No podemos negar que a través de la historia todas las universidades han contribuido con el progreso de la nación y en buena medida todavía lo siguen haciendo; pero desde cierto tiempo para acá, las universidades públicas se han venido convirtiendo en una verdadera carga para el Estado; no me refiero únicamente a la era roja rojita, me remonto a épocas “cuartarepublicanas”.
Agoniza el modelo
Si seguimos dependiendo del Gobierno como única fuente de financiamiento, pues entonces no esperemos larga vida. Ya sabemos dónde estamos parados. Hay que estar ciegos para no percibir las verdaderas intenciones del régimen. Si bien es cierto que los universitarios somos una piedra en el zapato para todos los gobernantes, no es menos cierto que para éste es algo más que eso: la Universidad venezolana representa un muro de contención a sus pretensiones hegemónicas. Por tal motivo utilizará cualquier artificio para derribarlo. Desde el estrangulamiento presupuestario hasta la idea de una tal constituyente. Aunque estoy convencido de que el oficialismo preferirá seguir acorralándonos presupuestariamente, porque también debe darse cuenta de que ninguna propuesta que sea producto de la consulta popular le favorecerá. Así pues, nos mantendremos distraídos en exigir la homologación de nuestros sueldos de hambre, en lugar de que estemos avanzando en la transformación de un sistema universitario que está demasiado claro que agoniza. Lamento decirlo, pero así lo siento: muchos de los que hoy tocan las puertas para trabajar en las universidades públicas lo hacen para tener un rebusque y cierto auxilio a la hora de una enfermedad, pues mal que bien todos los trabajadores están amparados por una póliza que con todas sus deficiencias es mejor que nada. Ya sabemos que el personal universitario es muy mal pagado, por lo tanto quien hoy concursa para trabajar en las universidades lo hace a sabiendas de que tiene que buscar otra fuente de ingreso para poder satisfacer a medias sus necesidades básicas. Esa es la verdad. El sueldo de un profesor titular a dedicación exclusiva es cinco mil ciento ochenta y seis bolívares fuertes (Bs.F. 5.186) que, dicho sea de paso, es el sueldo más alto. Ahora, quiero que me expliquen: ¿cómo un obrero, un empleado o un profesor instructor puede mantenerse con lo poco que gana? Simple y llanamente imposible. Por favor: explíquenme cómo pagar un alquiler, cómo comprar un carro, cómo pagar la luz, el teléfono, la Internet, la escuela de los hijos, cómo estirar los reales para ir al mercado, o comprar el seguro del automóvil y, en fin, alcanzar todo lo necesario para vivir con dignidad. Amigos, la Universidad está mal y les aseguro que el Gobierno no moverá un dedo para mejorarla, pues no tengo dudas de que es el principal interesado en que caigamos por nuestro peso. Nos entregará por migajas los recursos, a sabiendas de que eso no es suficiente para mantenerlas abiertas por mucho tiempo. Me angustia que el tiempo se nos vaya en discursos en pro de la autonomía, cuando tenemos que reconocer que ese discurso autonómico es cada vez menos sólido cuando no hemos sido capaces de producir nuestros propios recursos. Siempre esperamos que “papá Estado se apiade de nosotros y nos baje los recursos”. ¡Hasta cuándo, Dios mío! El Gobierno siempre tendrá alguna excusa para distraer a la opinión pública. Nos dirá que nos robamos los reales, que gastamos y no rendimos cuentas, que somos unos golpistas y, en fin, lo que le provoque, pero insisto, con cuentagotas bajará los recursos, y cuando el colapso se presente, la culpa fue de los administradores universitarios y no del Gobierno Nacional.
Inventemos
No puede ser posible que en las universidades donde se forman los profesionales que el día de mañana servirán como pieza fundamental para el desarrollo de las industrias y consecuencialmente del país aún no hemos entendido que primero tenemos que saber de qué manera nos podemos mantener sin la dependencia exclusiva del Gobierno. Se oyen planes y propuestas. Es deshonroso vivir de las “dádivas” de un dictador. Lo repito: este Gobierno no nos quiere y nos trata con desigualdad; quién puede negar que el presupuesto de las universidades que responden a las directrices oficialistas es más benévolo que el de las que él ha calificado de tener autoridades escuálidas. Y hay algo verdaderamente vergonzoso y discriminatorio: por ejemplo, mientras las becas para los estudiantes de una universidad autónoma son de 200 bolívares fuertes, para los de una universidad experimental a la merced del dictador son de 1.000 bolívares fuertes. Ahora bien: ¿qué hacer? No hay otra que el autofinanciamiento. Producir ideas, venderlas, involucrarse en la generación de ingresos para tener fuentes propias de financiamiento. Involucrarnos con el sector productivo del país -el que queda- y utilizar a nuestros profesores y estudiantes en las industrias nacionales e internacionales. Que nos persigan -si quieren- por tener fuentes de financiamiento del extranjero, pero lo que no podemos es dejar que en nuestras manos mueran las universidades, que, en definitiva, es lo que busca el régimen. Amigos, les aclaro que en el comunismo jamás sería posible el autofinanciamiento, pues estaríamos condenados a la ignominia del déspota de turno. No tengo la más mínima duda de que en las universidades venezolanas hay una fuente inagotable de conocimiento, la mayoría de nuestros profesores, investigadores, estudiantes, empleados y obreros tienen aquilatados méritos para mantenerlas en lo que siempre hemos soñado: en la casa que vence las sombras que desde hace tiempo han intentado opacarla.
El claustro tiene la palabra
Para que todo no se quede en el discurso sino que pasemos a la acción y de esa manera comencemos a desmontar cualquier pretensión gubernamental, lo primero que tenemos que hacer las universidades públicas y autónomas es convocar al claustro universitario. Recurrimos a él sólo en tiempos de elecciones pero lo olvidamos después que éstas se celebran. Llegó la hora de involucrarnos todos para encontrar las respuestas a los grandes y graves problemas de la Universidad nacional. Tenemos que reconocer que el sistema universitario actual necesita una transformación porque ya se desgastó. No vengamos con falsos discursos. No se trata de rendir cuentas como lo quiere hacer ver el régimen, que también las podemos mostrar; el asunto es más profundo. Tampoco es cómo sobrevivir, que en todo caso sería como una especie de correr la arruga. No, señores: hoy la Universidad venezolana necesita una verdadera transformación para engrandecerla, para hacerla imperecedera; y seamos, sin demagogia ni hipocresía, fuente de inspiración de las respuestas que el país necesita. Ojalá que la convocatoria del claustro sea atendida por todas las universidades; haciéndole extensiva la invitación al ciudadano Ministro del Poder Popular para la Educación Universitaria para que exponga sus críticas, sus recomendaciones, y diga qué es lo que el Estado quiere de nosotros; desde luego, nosotros también tendríamos derecho a exigirle que cumpla con nuestras peticiones. Amigos, llegó la hora de reencontrarnos para que juntos transformemos nuestra alma máter; de lo contrario pecaremos por omisión ya que el desenlace sería fatal y la historia no nos lo perdonará.
pabloaure@hastacuando.com
Twitter: @pabloaure

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