¡Hasta cuándo!
La peste roja
@pabloaure
Desde hace casi dos décadas llegó una plaga al país que se
propagó por todo el territorio nacional, infectó las instituciones y hoy
Venezuela padece la “peste
roja” que es la terrible enfermedad que
ella transmite.
El vector transmisor es
un asqueroso gusano que pretendió hacerse ver como la medicina de los
oprimidos, pero al cabo de muy poco tiempo fue mutando para convertirse en un
espécimen aborrecible. En un
parásito insaciable que se incrusta en la cabeza de los individuos potenciándole
los más ruines sentimientos, bloqueándole la autoestima reduciéndolos a la nada, los induce al
conformismo, a permanecer en la pobreza, sobrevivir en la miseria, a soportar
cualquier tipo de maltrato y humillación. Esa peste, desde luego, disminuye las
expectativas de vida del grupo que la padece.
Aunque el nombre de la
enfermedad es “la
peste roja” el gusano se nos presentaba revestido de un color verde oliva sin
embargo, en la actualidad es multicolor mimetizándose en diferentes grupos
sociales.
El parásito, cual sabandija,
se nutre de la sangre del receptor.
El pesticida
Para combatirla se deberá
fumigar.
Las medidas para su
erradicación tienen que ser drásticas, muy contundentes, inclusive sin el
consentimiento del enfermo porque sabemos que ese gusano le impediría expresarlo
con libertad ya que tiene bloqueado los sentimientos de autoestima. Tendremos
que recurrir a fuerzas externas y a las internas que no estén contaminadas.
Como primera acción debe
extraerse el gusano, esto es, apartarlo de la víctima y posteriormente con
largas sesiones educativas proporcionar las herramientas necesarias para crear
los anti cuerpos e impedir que vuelva a reaparecer esa espantosa “peste roja”.
Hay que advertir que el
asqueroso gusano en algunas ocasiones suele confundirse con el cirujano que
ofrece sus servicios para curar a los enfermos. Uno de los síntomas iniciales
del padecimiento de la “peste
roja” es la ceguera y el olvido. Al comienzo el paciente se resiste a aceptar
la realidad y ve como salvador a su verdugo.
Conclusión
de la metáfora.-
Llevamos mucho tiempo
explicando el fracaso del populismo y la tragedia que ha significado para
nuestro país la aparición de esa perversa cosa llamada “Socialismo
del Siglo XXI” que sin duda es un modelo delictivo que no lo podemos combatir
con medidas convencionales.
Se ha intentado y hemos
fracasado. Mientras más tiempo pase sin ejecutar lo que sabemos debe ser el
remedio, las secuelas serán mucho más
graves.
No hay salida
convencional porque no es a un mal gobierno al que combatimos sino a una
organización criminal que jamás entregará el
poder mediante el escrutinio popular ya que, siempre estará condicionado por el
fraude, el chantaje o el terror.
La caterva de
delincuentes que llegó al poder tiene un objetivo muy claro, que no es
precisamente proporcionar o facilitar el bien común sino el de aprovecharse del
mismo, realizando sus fechorías amparados por los diversos lupanares que han
sustituido a lo que antes eran instituciones públicas.
Para salir del régimen tenemos que ser radicales con
las medidas, apartar el qué dirán
y también las amenazas. Tenemos
que entenderlo de una vez por todas: un patriota que diga ser demócrata no se
presta para convalidar los fraudes sino que los enfrenta como sea. Así como lo
leen: “como sea”. Hay que decirlo
y asumir los riesgos que eso conlleva.
El primer riesgo es el
de ser visto como radical, como si eso constituyera una ofensa. En lo
particular pienso que calificar a alguien de radical lejos de ser una ofensa es
un halago. Lo que sí sería un desprestigio es que alguien tuviera que renunciar
a sus principios para no molestar a los que aparentan ser opositores pero no se
atreven a decir cuál es la verdadera solución a esta desdicha que atormenta a
los venezolanos.
No lo dicen porque no se
oponen al sistema o al modelo de régimen,
sino que se oponen a quienes están en el poder. Tampoco lo dicen porque les
asusta que la tiranía los encarcele o inhabilite. En otros casos, no lo dicen
porque están comprometidos con el régimen
de tal manera que también se
lucran con la calamidad venezolana y prefieren que la barbarie se alargue para continuar
con el perverso negocio de enriquecerse con el hambre del pueblo.
Ayuda foránea.-
Uno de los obstáculos a
los que nos enfrentamos es de querernos encasillar en la falsa idea o creencia
que de esto estamos obligados a salir pero solo los venezolanos, o sea, sin la
ayuda de nadie.
¡Vaya insensatez!
Si bien es cierto que la
solución debe partir del clamor de los venezolanos, no es menos cierto que por
más que lo anhelemos si no contamos con la ayuda foránea será imposible sacar a
los malandros del poder. Ellos tienen armas que el pueblo no tiene ni quiere
tener.
Los delincuentes
defenderán su permanencia “como
sea”, si tienen que matar lo harán, como ya hemos visto lo han hecho. Ante ese
panorama y estando la inmensa mayoría desarmada y desguarnecida por quienes
nacionalmente están obligados a garantizar nuestros derechos, pues no queda
otra vía que buscar ayuda internacional. Esa injerencia es justa y necesaria.
De lo que se trata es, de liberar a un pueblo secuestrado en su propia nación.
Cuando es imposible
llegar a un acuerdo de liberación con los secuestradores, pues entonces hay que
asumir riesgos para lograrlo. Esperemos que la comunidad internacional esté
decidida a socorrernos. Les confieso que estoy esperanzado con esa posibilidad.
Sin ambages ni vergüenza lo digo: saldremos de los delincuentes cuando
entendamos que sin la ayuda internacional jamás podremos lograrlo. Para que esa
ayuda venga al país estamos obligados a procurarla de pensamiento, palabra y
acción.
Como sea
Por último, a las
personas que se asustan con el significado de la frase “como sea” les digo con
palabras sencillas que en el derecho penal existe el principio jurídico de la
legítima defensa, y de acuerdo a él, si la peste roja busca exterminarnos ‘como
sea’, quienes somos víctimas de ese exterminio tenemos derecho a responder en
consecuencia y proporcionalmente.
“La legítima defensa es un instituto jurídico de carácter
universal, y que ha sido reconocido por todas las legislaciones del mundo, a
tal punto que el Papa Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae (El
Evangelio de la Vida), de 25 de marzo de 1995, la define claramente como El
derecho a la vida y la obligación de preservarla” (Wikipedia)
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