¡Hasta cuándo!
¿Huir de Venezuela?
@pabloaure
Con la llegada a Venezuela de la plaga roja
hemos visto como millones de ciudadanos se han marchado. Muchos califican esta
inmensa diáspora indistintamente como exilio o emigración.
Ambos conceptos se originan por causas diferentes. El
exilio es una acción obligada, y por motivos políticos que impulsan a los
ciudadanos a huir del régimen para evitar ser encarcelados. Quien se exilia es
porque de no hacerlo, peligra su libertad y hasta su vida. El emigrante
abandona el país por causas primordialmente económicas. Sale en búsqueda de
oportunidades. Entonces, el exilio es contra la voluntad mientras que, la
emigración es voluntaria. Desde luego, en ambas figuras hay una especie de
estado de necesidad que constriñe a la persona a abandonar su patria.
A comienzos de la era chavista, muchos
previeron lo que vendría, convirtiéndose en emigrantes al levar anclas para
radicarse en otras latitudes.
Luego de los sucesos de abril del 2002
proliferaron los exiliados, porque comenzó la persecución feroz del régimen, a
quien desde ese entonces no se le ha aguado el ojo para inventar infamias y
fabricar expedientes contra todo aquel que sea visto como su enemigo.
Aparecieron testigos estrellas para imputar a individualidades incomodas, la
fiscalía del ministerio público sirvió como uno de los principales instrumentos
de persecución para provocar el exilio de centenares de venezolanos. Simultáneamente a estas
persecuciones, comenzó a deteriorarse el aparato productivo del Estado. Desde
luego, la plaga roja lo devastó hasta destruirlo. Por esa razón, hoy la mayoría
de los emigrantes son jóvenes profesionales en búsqueda de oportunidades. Saben
que en Venezuela sus estudios o su preparación de nada servirá, porque
aquí está muy avanzada una política comunista que ha sido confeccionada para
destruir la moral burguesa. Con el entendido, que todo ciudadano preparado y
con conocimiento es un burgués a quien hay que destruir.
Así las cosas, Venezuela pasó de ser
un país productor y exportador por excelencia de petróleo o de hierro, para
convertirse en una nación de jóvenes talentosos distribuidos en el
mundo entero.
Nadie puede juzgar a quien se exilia o
emigra. El uno y el otro, huye de la oscuridad. Ambos, aunque tienen distintos
motivos para abandonar el país, intentan proteger sus derechos fundamentales.
La libertad y el derecho a vivir dignamente. En Venezuela bajo este funesto
régimen opresor y destructor, no le está garantizada la dignidad a los
ciudadanos. Al contrario, la deliberada política gubernamental va dirigida a
humillarlos hasta esclavizarlos.
Los que nos quedamos.
Pocos no han pensado en irse, pero no
todos pueden emigrar. Por diferentes razones se quedan. Por echar el resto o
por temor a lo desconocido; pero tengan la seguridad de que millones de
ciudadanos que permanecemos acá lo hemos meditado. Algunas veces imaginándonos
el exilio y otras tantas, imaginar la emigración.
Necesario también es dejar muy claro
que, no es más patriota quien se queda que el que se va. La patria es un
sentimiento que no tiene nada que ver con el sitio donde se está obligado a
residir. Los venezolanos que se han marchado que poseen sentimiento patriótico,
les aseguro que en cualquier parte que estén no
dejan de pensar en su querido país y estarían dispuestos a regresar, si sus
vidas o la de sus familiares no estuvieran en peligro. En efecto, esto también
tenemos que señalarlo: en Venezuela todos corremos peligro. El hampa nos acecha
y las enfermedades se han convertido en una calamidad pública por la ausencia
de medicamentos o el alto costo de la vida que imposibilita recibir un
tratamiento adecuado por lo inalcanzable que resulta comprar una medicina. No me
referiré a la desastrosa situación de los centros hospitalarios públicos porque es alarmante.
¿Bravos o molestos?
No pocas veces he reflexionado sobre
lo que ocurre en Venezuela. La gente se está comiendo un cable. Pasa trabajo
desde que se levanta hasta que se acuesta. No sabe lo que va a comer y muchas
veces ni siquiera sabe si comerá. Los salarios son de hambre, los aumentos los
consume la inflación. Los servicios públicos no funcionan. Es común estar sin
luz, sin agua y sin gas doméstico varios días. Pocos se dan el “lujo” de
tener carros particulares. Para mantener un vehículo es necesario percibir
buenos ingresos. Solo bastaría averiguar el precio de los cauchos o hacerle
cualquier reparación, desde recargar el gas del aire acondicionado hasta lo más
simple como cambiarle el aceite. Cualquier tontería no te baja del millón. Los invito
fijarse en los carros que circulan, muchos con los vidrios abiertos porque no
les funciona el aire acondicionado, otros con los cauchos lisos y si los
escuchan cuando están en un semáforo podrán apreciar extraños ruidos en el motor.
Por otra parte, si se decide utilizar
el transporte público, no crean que es la solución, porque tampoco es
suficiente para cubrir la alta demanda; tan es así, que es común ver los
camiones de estacas que los utilizan para cargar pasajeros.
Este panorama nos ha hecho retroceder
un siglo. Volvimos a aquella Venezuela rural acechada por plagas y enfermedades,
sumadas las perversiones y corruptelas de estos regímenes de talante comunista
aderezado por el aliño del terrorismo, los carteles de la droga y, como si esto
fuera poco, por la presencia de células fundamentalistas. Vaya mezcla ponzoñosa
la que se ha instalado en nuestro país.
En Venezuela, solo una cúpula vive bien y la inmensa mayoría
está sometida a la desidia y al abandono. La gran pregunta ¿por qué no
pasa nada? La respuesta es sencilla: el pueblo está molesto pero no está
arrecho. Solo hay brotes de bravuras en ciertos sectores y no son permanentes.
El régimen lo ha sabido hacer muy bien. Ha aplicado la técnica de la rana en la
olla de agua, que poco a poco le ha subido la temperatura y ha “aclimatado” a
millones de venezolanos, ahora, estamos sintiendo un poquito el calor y
desgraciadamente, resulta muy difícil saltar de la olla. Triste realidad, pero
eso es lo que ha pasado.
Obstinadamente optimista. -
Este pavoroso panorama no quiere decir
que ya estemos condenados a morir bajo el dominio de estos bárbaros rojos. Soy obstinadamente optimista. Esto implica
que, para poder encontrar la solución,
lo primero que tenemos que hacer es estar muy claros del berenjenal en el que
estamos metidos y lo segundo, entender que habrá que asumir riesgos para lograr
la libertad; lo que implica que, los que se atrevan a desafiar al régimen serán
perseguidos.
Tenemos tres opciones: exiliarnos y/o emigrar,
esperar morir por el penetrante calor que nos terminará de “sancochar” o,
luchar para apagar la llama que calienta a la rana.
No
podemos resignarnos a esperar morir, entonces nos quedarían solo dos opciones: huir, lo cual no es para nada
condenable, pero, también está la opción de hacer historia rescatando nuestro
hermoso país para restaurarlo, ser luz entre tanta oscuridad.
A lo Benito Juárez les digo que hay que seguir la lucha con lo que
podamos y hasta que podamos.
Con dedicación, perseverancia y
arrojo, lograremos abrir las puertas de la libertad y veremos regresar a todos
los que se exiliaron y/o emigraron y, junto a ellos, reconstruiremos nuestra
bella Venezuela. ¡Ganaremos!
Pablo Aure
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