[13
de Febrero de 1959]
En
respetuoso acatamiento de lo dispuesto por el soberano Congreso, que fijó la
fecha de hoy para la iniciación del régimen constitucional, acabo de jurar que
cumpliré y haré cumplir fielmente la Constitución y las leyes, en ejercicio de
la Presidencia de la República. Al comparecer ante el Poder Legislativo,
auténtica expresión del pueblo porque el pueblo lo eligió -por el sistema
democrático del sufragio directo, universal y secreto- en los inobjetables
comicios del pasado 7 de diciembre, no he cumplido sólo con una fórmula de
ritual. Sobrecogido el ánimo por la magnitud y responsabilidad de la tarea por
venir, planteada a los venezolanos de hoy en términos de reto, he sentido muy
dentro de mí mismo la trascendencia de este acto, un eslabón más de singular
proyección dentro del proceso revalorativo de la nacionalidad, iniciado en
Venezuela el primero de enero de 1958.
En esta
fecha memorable estalló, frente al régimen dictatorial instaurado el 24 de
noviembre de 1948, la sorda pero sostenida oposición a la arbitrariedad erigida
en fórmula de gobierno, que siempre estuvo presente en vastos sectores de las
Fuerzas Armadas. Precedieron a ese estallido insurgente de grupos militares,
transitoriamente debelado, las heroicas refriegas callejeras, en Caracas y en otras
ciudades, de estudiantes, pueblo y mujeres inermes contra el despotismo
superarmado, respuesta de la nación al escarnio plebiscitario. Y culminó la
primera fase de esa marcha resuelta de Venezuela hacia la reconquista de sus
libertades y hacia la recuperación de su dignidad colectiva, con los históricos
sucesos del 23 de enero, cuando las Fuerzas Armadas y un vastísimo frente
civil, confluyendo en la empresa libertadora, le dieron el empellón final al
podrido armatoste del despotismo. La aurora de la libertad alumbró de nuevo en
esta tierra, en esta tierra donde nunca se extinguió el ansia de vida libre y
digna. Los diez años de oprobio dejaron, en aleccionador contraste con sus
muchos balances negativos, uno enaltecedor: el de que durante esa década las
cárceles de Venezuela y los países hospitalarios con el exilado político,
estuvieron poblados por millares de venezolanos leales a lo que es entrañable e
irrenunciable para la nación: la pasión de libertad. En 1952, esa pasión
inextinguible se expresó en la derrota aplastante que sufrió la dictadura al
llamar a consulta comicial, cuyos resultados fueron irrespetados y burlados; y
por ella, por la pasión de libertad, docenas de venezolanos ilustres murieron
en las cárceles, en el destierro o asesinados en las calles. Algunas de sus
madres y de sus viudas, algunos de sus huérfanos, están aquí presentes, en el
palco de honor del Palacio Legislativo. Nombrarlos a ellos, mis amigos
entrañables, me estrujará el corazón, pero lo hago porque siento que así se acrecerán
mis modestas capacidades para cumplir hasta el fin, sin desfallecimientos ni
claudicaciones, el terrible deber y el honroso cometido que me confirió el
pueblo al elegirme su Presidente.
Que sobre nosotros gravite, en esta hora impar, como inexorable mandato
de no cejar en el empeño de hacer de Venezuela una patria ya para siempre
inserta dentro de un estilo de vida democrática, inmunizada contra la
recurrencia dictatorial, la imperecedera presencia inmaterial de Leonardo Ruiz
Pineda, de Alberto Carnevali, de Antonio Pinto Salinas, de Andrés Eloy Blanco,
de Valmore Rodríguez, de Luis Hurtado Higuera, de Luis Troconis Guerrero, de
Cástor Nieves Ríos, de Víctor Alvarado, de tantos otros más; de las víctimas
anónimas de Turén, Tunapuy y Tunapuicito; de los que murieron en las cárceles,
en el campo de concen¬tración de Guasina y en las jornadas callejeras de enero
del 58; de los que sin ser militantes políticos los hizo sus víctimas la
vesanía criminal del régimen, como el industrial Mario Pérez Pisanti; y de los
militares que fallecieron en el exilio o fueron también victimados, como el
teniente coronel Mario Ricardo Vargas; los capitanes Juan Bautista Rojas,
Wilfrido Omaña y el teniente León Droz Blanco. Homenaje a su memoria
esclarecida, a ellos que ya están en el panteón de la inmortalidad, rindo en
esta hora de júbilo republicano para la patria.
Derrocado
el despotismo, Venezuela demostró, en forma que desmantela definitivamente la
tesis acerca de la vocación anarcoide de su pueblo, elaborada por sociólogos
improvisados al servicio de las dictaduras, su capacidad para el disfrute y
ejercicio de las formas democráticas de gobierno y de vida. Demostró ser
"vieja en los usos de la sociedad civil”, como la decía el Libertador
Bolívar en su Carta de Jamaica, al desarrollar una concepción optimista
relacionada con la actitud de las entonces colonias americanas para
desenvolverse, una vez conquistada su soberanía, dentro de los sistemas
políticos de derecho.
Sin asomo
alguno de jactancia nacionalista, de mal gusto, con la objetividad de quien
constata una realidad de positivos relieves en el acontecer de esta tan
incomprendida y, a veces, calumniada América Latina, señaló el hecho de que no
su cedió al despotismo unipersonal la enconada disputa de grupos por el poder,
y de que eliminado el orden mecánico impuesto a la sociedad por el terror, no
advino una situación caótica. Hubo, es cierto, brotes aislados de
inadaptabilidad al orden de cosas democráticas, promovidas por grupos sin mayor
arraigo colectivo, como fueron los del 23 de julio y el 7 de septiembre, pero
ambos fracasaron ante la actitud institucionalista de las Fuerzas Armadas y
ante la irrenunciable decisión de los venezolanos de todos los estratos
sociales y de todas las condiciones económicas, de cerrarles el paso a los
empresarios del retroceso. Se han apreciado síntomas de desajuste en las
relaciones entre gobierno y población, con manifestaciones de autoridad,
reguladoras de la vida de relación en las modernas sociedades civilizadas. Pero
esas manifestaciones de irrespeto a los poderes constituidos, han sido
consecuencia de problemas sociales irresueltos acumulados a lo largo de la
década dictatorial, y en algunos casos las han promovido directamente agentes
de los prófugos que aún operan dentro del país, pero ninguna de ellas ha
significado riesgos de que la sociedad venezolana se sienta amenazada en sus
bases estructurales.
Por lo
contrario, lo que Venezuela ha vivido y el mundo democrático ha admirado, es
una etapa posterior a la dictadura regida por gobiernos respetuosos de la
libertad y de la dignidad ciudadanas, y una nación de conciencia cívica adulta,
capacitada plenamente para transitar por los caminos pacíficos de la ley
democrática hacia el logro de su estabilidad institucional.
Honrar
honra, dijo José Martí. Y me honro dejando testimoniada de la gratitud nacional
para los hombres que encarnaron y respetaron, desde el gobierno de la
República, la voluntad democrática de Venezuela en el breve lapso de doce meses
y días de provisionalidad, que van del 23 de enero de 1958 a esta fecha de hoy, en
la cual se inicia el quinquenio de gobierno constitucional. Cito los nombres
del contralmirante Wolfgang Larrazábal, primer Presidente de la Junta de
Gobierno, militar civilista que dio el ejemplo de abandonar el poder para
competir como simple ciudadano, en limpia lid electoral, con un ilustre
venezolano, el doctor Rafael Caldera, y conmigo mismo, y de ser de los primeros
en acatar y en pedir a sus numerosos partidarios que acataran el veredicto de
la mayoría popular; y el doctor Edgar Sanabria, jurista y profesor de eminentes
cualidades, quien también en calidad de Presidente de la Junta impartió lección
a América de estricta imparcialidad en la difícil hora de arbitrar el proceso
de comicios, y quien desciende hoy de su alta investidura con la satisfacción
de haber dejado de su paso por el poder indeleble huella de su paso por el
poder. Y junto con Larrazábal y Sanabria compartieron, en distintas etapas, la
responsabilidad de cogobernar a la República, tres civiles de conocida vocación
de servicio público y de respeto a la dignidad del hombre y a las libertades
del ciudadano: Don Eugenio Mendoza y los doctores Blas Lamberti y Arturo Sosa.
Justicia al mérito se rinde cuando a estos hombres se agregan los de tres
militares que también, in¬tegrados a la Junta de Gobierno, fueron fieles a la
actitud institucionalista que Venezuela siempre esperó de sus Fuerzas Armadas y
al propósito que en éstas se aprecia de contribuir a la estabilidad del régimen
democrático, respaldándola con las armas que les entregó la República. Me
refiero a los coroneles Pedro José Quevedo y Carlos Luis Araque y al capitán de
navío Miguel Rodríguez Olivares.
Esa
exitosa manera de conducir al país en el tránsito de despotismo a
constitucionalidad, ejercida por la Junta de Gobierno, hubiera sido esfuerzo
fallido sin el concurso de la nación. Esta lo aportó, de manera espléndida. Así
como en los días de la gran revolución francesa la gente deponía sus discordias
ante las contraofensivas monárquicas de los coaligados de Coblenza al grito de
"Unión sagrada: la Patria en peligro", así los venezolanos sellamos
un pacto de unidad nacional, escrito en la conciencia de todos, para preservar
la libertad recién recobrada. Patronos y obreros llegaron a fórmulas de
avenimiento, y ni una sola huelga de envergadura ha entorpecido en los últimos
tiempos el normal proceso de la producción, y la Federación de Cámaras y el
Comité Sindical Unificado sincronizaron su paso al frente solidario cuantas
veces estuvo amenazado el orden de cosas nuevas. Los gremios de profesionales
suscribieron un pacto solemne comprometiéndose ante el país y ante la historia
a no prestar jamás sus servicios de técnicos a un régimen de usurpación. El
estudiantado de las universidades de la República ocupó siempre los lugares de
mayor riesgo, con alardosa y hermosa decisión juvenil, cuando se vislumbraron,
o se concretaron, peligros de retroceso en la evolución del país hacia la
constitucionalidad. Y, los factores últimos, últimos en esta exposición, aun
cuando en la escala jerárquizadora de importancia les corresponden rangos más
preeminentes que hicieron posible el éxito hasta ahora logrado en la
experiencia democrática venezolana, fueron la posición asumida por las Fuerzas
Armadas y por los partidos organizados, las primeras marginándose al debate
político y a la controversia ideológica, y aportándole respaldo consecuente al
régimen provisional; los partidos dando una revelación impresionante de clara
conciencia de sus responsabilidades con el destino de Venezuela. En forma
sumaria y esquemática, siquiera, debe recordarse y precisarse los contornos de
esa actitud de las diversas corrientes ideológicas organizadas en partidos, y
más cuando, ciudadanos congresantes, ha tenido ella otra expresión positiva muy
reciente en la forma como ha sido integrado el primer Gabinete Ejecutivo del
gobierno constitucional, al cual tomaré el juramento de ley en el Palacio de
Miraflores, dentro de pocos momentos.
Los
partidos políticos venezolanos, obligados por el despotismo a laborar en la
clandestinidad, convinieron en una acción concertada y unida para abrirle a
Venezuela caminos hacia el orden democrático. La Junta Patriótica, de tan
relevante actuación en las postrimerías del régimen de los diez años, fue una
de las expresiones visibles de ese acuerdo. Su vigencia hizo posible que no se
presentaran fisuras, sino compactación en las filas populares, en los
inolvidables días de las jornadas multitudinarias de diciembre de 1957 y enero
de 1958. Y al recuperar la nación su fisonomía democrática, el pacto para
erradicar al despotismo se transformó en otro, de tregua en la pugna
interpartidaria y de esfuerzo coordinado para ofrecer a la nación soluciones a
sus problemas básicos, políticos, económicos y sociales. Dentro y fuera de
Venezuela -debemos reconocerlo y admitirlo- se apretó con no disimulado
escepticismo, ese compromiso acordado entre colectividades partidistas con
programas propios y diferenciados, con estilo y filosofía políticos autónomas,
que en el trienio 1945/1948 habían consentido ásperamente en el parlamento, en
la prensa y en la calle; y animados cada uno de ellos por el impulso que se
conceptúa generalmente como la única fuente energética de los partidos
democráticos: la conquista del poder por la vía del sufragio, para ejercerlo en
ejecución de una plataforma privativa y con sus propios equipos humanos.
Los
augurios pesimistas fallaron. La discordia interpartidista fue reducida al
mínimum y así revelaron sus conductores que habían aprendido la dura lección
que a todos los venezolanos nos dio el despotismo. En la clandestinidad, en la
cárcel, en el destierro o sobrellevando en la calle una libertad siempre en
precario, comprendimos que por la brecha abierta en el frente de la cultura y
de la civilidad, se abrió paso la conjura del 24 de noviembre de 1948, de
inconfundible signo regresivo y que algunos apoyaron por desprevenida buena fe,
conjura que derrotó al gobierno legítimo del Maestro de Venezuela, de Rómulo
Gallegos.
Mucho más
profundo que la regularización de la controversia pública y el respeto a las
reglas del juego democrático, fue el sentido que se dio a la tregua
interpartidista. Llegó a tan positivos extremos como el de la suscripción, el
31 de octubre de 1958, de un pacto público, en el cual los partidos Acción
Democrática, el Social Cristiano COPEI y Unión Republicana Democrática
adquirieron compromisos concretos con la nación, en vísperas de iniciarse la
campaña electoral de esas tres colectividades, cada una de ellas con su propio
candidato a la Presidencia y con listas propias de aspirantes a cargos
electivos en organismos deliberantes. Se comprometieron a darle al debate
electoral un sostenido y elevado tono principista, erradicándose el desfogue
verbal y la acrimonia personalista; a respetar y a hacer respetar el resultado
de los comicios; a popularizas un programa común de gobierno y a que se
gobernase luego dentro de un régimen de coalición. El 6 de diciembre de 1958,
un día antes de efectuarse las elecciones, como recuerdan emocionados todos los
venezolanos, concurrimos Larrazábal, Caldera y yo al local donde sesionaba el
Consejo Supremo Electoral, grupo de eminentes ciudadanos que bajo la
presidencia idónea del doctor Fidel Rotondaro dirigió y supervisó el proceso de
comicios, y allí mismo ratificamos con nuestras firmas, ya en directa posición
de contendores por la Presidencia de la República, el anterior pacto del 31 de
octubre.
El país
sabe cómo se cumplieron, con mutua lealtad, esos compromisos. Pero faltaba la
prueba de fuego y de ella ha salido indemne la buena fe de los partidos y
seguramente acrecida la confianza de la nación en los hombres públicos que
conducen las tres más poderosas corrientes nacionales de opinión organizada.
Esa prueba era la de la estructuración del nuevo gobierno. Los suspicaces
pensaban que, en ejercicio sin trabas de la facultad constitucional que me
asiste de escoger libremente al Gabinete Ejecutivo, integraría éste con olvido
de los compromisos contraídos con URD y con COPEI. Otros pensaban que a mi reiterada
afirmación de que presidiría un gobierno de coalición y no unipartidista, o de
sólo miembros de Acción Democrática y de individualidades políticamente
independientes, le esperaba un obstáculo insuperable. Aludo al de una presunta
intransigencia de urredistas y de copeyanos, deseosos de eludir las
corresponsabilidades del poder y de irse en zafarrancho de combate hacia las
aspilleras de la oposición. Se agregaba, para darle cierto toque de dramatismo
al sombrío cuadro, que esos partidos amigos pensaban utilizar el expediente
-para torpedear el ensayo de gobierno de coalición- de hacerme exigencias
inaceptables, por cuanto comportarían abdicación de facultades que son
privativas del Presidente de la República, según textos constitucionales
democráticos y tradiciones muy arraigadas en nuestras costumbres políticas.
Fracasaron
los cálculos alarmistas de los descreídos, algunos formulados con la mejor
buena intención. He podido llegar a un acuerdo de fondo con los partidos
políticos, a través de sus jefes doctores Jóvito Villalba y Rafael Caldera,
para la integración de un gobierno de ancha base nacional, donde tienen los
partidos adecuada representación, así como también los sectores de la
producción sin ubicación partidista y los grupos técnicos. Acción Democrática,
con gesto que me ha conmovido y obligado aún más con esa colectividad política
que contribuí a crear, me relevó de responsabilidades disciplinarias para la
escogencia del equipo ministerial, dejándome libertad cabal para integrar el
gobierno en la forma que conceptuara más apropiada a la buena fe, empeñado con
sinceridad en acertar, deseoso de procurar lo mejor para Venezuela, aun a
riesgo de aparecer como inconsecuente con personas de mi mejor amistad y con
capacidad de servicio público, quienes en esta oportunidad no ocuparán cargos
en el Gabinete, porque en ellos estarán otros venezolanos conceptuados también
por mí como expresión tangible de la idea de un gobierno con ancha base
venezolana, prometido a la nación cuando la recorrí de un extremo a otro de su
amplia geografía, exponiendo en las tribunas públicas los que serían
lineamientos de mi conducta como gobernante si resultaba electo Presidente de
la República.
El
gobierno de coalición que hoy será anunciado al país, en decreto ejecutivo que
se publicará en la Gaceta Oficial de esta misma fecha, no ha respondido a las
reglas de la aritmética electoral. Acción Democrática tendrá sólo dos carteras
servidas por dirigentes suyos y tres cada uno de los partidos aliados. Pero ni
estos partidos me pidieron esa proporcionalidad, ni lo hecho en esta ocasión
consagra una fórmula inmodificable. Prevalece en el Gabinete una mayoría de
técnicos, políticamente independientes, unos reafirmados en sus cargos,
garantizándose así la continuidad administrativa y la continuidad del servicio
a la República de eminentes ciudadanos; otros incorporados ahora al quehacer
gubernamental con capacidad indiscutible. Es por causa de los necesarios
cambios en el tren ejecutivo de un gobierno que inicia su gestión y bajo el
compromiso de poner en marcha a un régimen de coalición, por lo que el Gabinete
ha sido ratificado sólo parcialmente. Espero y confío en que los valiosos
ciudadanos que no continuarán en sus actuales cargos ministeriales podrán
seguir prestando en lo futuro servicios a la República y cooperación al
Gobierno constitucional.
Ha
prevalecido también un criterio de amplitud en la escogencia de los
gobernadores del Distrito Federal, de los veinte Estados y de los dos
territorios.
Las
conversaciones celebradas por mí para la integración del gobierno se han
circunscrito a los partidos políticos Copei y Unión Republicana Democrática.
Fueron esas dos colectividades y Acción Democrática, la que me postuló a la
Presidencia, las suscriptoras del pacto tripartito del 31 de octubre de 1958.
De ese pacto fue excluido el Partido Comunista, por decisión razonada de las
organizaciones que lo firmaron. En el transcurso de mi campaña electoral fui
explícito en el sentido de que no consultaría al Partido Comunista para la
integración del gobierno y en el de que, respetando el derecho de ese partido a
actuar como colectividad organizada en el país, miembros suyos no serían
llamados por mí para desempeñar cargos administrativos en los cuales se
influyera sobre los rumbos de la política nacional e internacional de
Venezuela. Esta posición es bien conocida de los venezolanos; y la
fundamentaron los tres grandes partidos nacionales en el hecho de que la
filosofía política comunista no se compagina con la estructura democrática del
Estado venezolano, ni el enjuiciamiento por ese partido de la política
internacional que deba seguir Venezuela con los mejores intereses del país.
La forma
como ha sido integrado el gobierno no responde a un ánimo excluyente y su
gestión estará signada por una actitud continuada, firme, de convivencia
democrática. Porque la unidad nacional que ayer contribuyó a erradicar a la
dictadura y a garantizar el tránsito hacia la constitucionalidad, se requiere
ahora, con similar urgencia, para organizar el país sobre bases estables y
justicieras.
Y es que
la coyuntura actual venezolana, sin que alcance a darle asideros a la
desesperanza derrotista y negativa, presenta facetas que no deben ocultarse al
país. El pueblo venezolano ha preferido siempre conocer no la mentira piadosa,
ni la media verdad elusiva, sino la verdad cabal y escueta, directamente dicha,
porque del conocimiento de ella extrae reservas de energías para afrontar,
tramontar y vencer las dificultades.
El país
fue dejado por la dictadura al borde de la bancarrota. Las deudas impagadas
suman cantidades cuya magnitud aún no ha sido precisada cabalmente, y ello
indujo al gobierno saliente a contraer un crédito con bancos del exterior, que
excede de los seiscientos millones de bolívares, y que sería utilizado por el
Gobierno constitucional si así lo creyere conveniente. El nuevo gobierno habrá
de continuar analizando seriamente el origen de esas deudas, pero ya parece
evidente que los compromisos vencibles para el ejercicio fiscal 1959¬1%0
excederán de los quinientos millones de bolívares. La reforma a la Ley del
Impuesto sobre la Renta realizada por el gobierno provisional, que el nuestro
no se propone modificar en la actual coyuntura económica con el aumento de
cargas impositivas, impedirá que el desbalance de la Tesorería Nacional llegue a
un límite suscitador de alarmas. Es un hecho indiscutible el que no
encontraremos, por la política hacendaria de despilfarrar lo que no
desfalcaron, practicada por los hombres de la dictadura, un erario público en
condiciones de abundancia, sino de estrechez.
Ello
reclamará del Gobierno constitucional, para equilibrar las finanzas del Estado
y para señalarle una tónica nueva al país, una política de austeridad. El nuevo
rriquismo derrochador desaparecerá de las costumbres oficiales. Lo ornamental y
suntuario en las obras públicas será radicalmente eliminado. Y junto con todo
ello, con mano firme, sin temblor en el pulso ni vacilación en la empresa
moralizadora, se castigará sin contemplaciones los delitos del peculado, del
tráfico de influencias, del porcentaje corruptor, del favoritismo rentable para
quienes lo practican en las colocaciones de comprar por los organismos
oficiales o en el otorgamiento de contratos a empresas particulares. De
inmediato se pondrá en plena vigencia la Ley contra el Enriquecimiento Ilícito
de Funcionarios Públicos. Será integrado el tribunal especial en ella previsto,
con representación del Congreso Nacional, de la Corte Federal y de Casación, de
la Presidencia de la República y de los partidos políticos con representación
parlamentaria. Ante ese tribunal podrá cualquier ciudadano denunciar a quien
esté manejando dolosamente los dineros públicos. Y los funcionarios podrán, a
su vez, denunciar a los particulares que les propongan negociaciones
lesionadoras de los intereses del Fisco, porque tan digno de sanción es el
cohechado como quien pretenda cohecharlo. Todos los funcionarios públicos que
manejen intereses del Fisco serán instruidos para que hagan declaración jurada
de sus bienes propios ante un juez, y esa declaración tendrá carácter de
documento público, accesible al conocimiento de cualquier ciudadano que desee
informarse de su contenido: "Hay que poner de moda la honradez",
pedía Martí, y el Libertador, dirigiéndose al Congreso del Perú, le sugería que
dictara "penas terribles contra los agentes del Tesoro que contribuyan a
defraudar las rentas públicas". Fieles a esa tradición trunca de exigente
moralidad administrativa iniciada por los próceres de la Independencia, seremos
los hombres que gobernaremos la República en el próximo quinquenio.
Moralizada
la administración pública, y continuándose y reafirmándose así lo hecho a
partir del 23 de enero; eliminándose todo gasto público superfluo o suntuario,
estará en capacidad el Gobierno de afrontar los problemas del desarrollo económico
nacional y del mejoramiento de las condiciones de vida del venezolano, que
resultan tareas inaplazables.
En lo que
al primer punto se refiere, sanó la hora, sanó hace mucho tiempo, de que el
país encare la necesidad de diversificar y de venezolanizar su producción.
Estamos pendiendo prácticamente, como nación y como estado, de un solo hilo: el
petróleo. La mayor parte del producto en dólares de lo que corresponde a
Venezuela en la riqueza del subsuelo petrolífero, se transforma en mercancías
importadas del exterior, y aun en bienes de consumo fácilmente producibles en
el país. No pueden caber dudas de que las inversiones reproductivas que se
hagan a través de la Corporación Venezolana de Fomento, del Banco Industrial y
del Banco Agrícola y Pecuario, se encuentran entre aquellas reclamadoras de
inmediata atención por parte del Estado. El desarrollo armónico de la
producción agrícola, ganadera e industrial permitirá al país diversificar su
actual fisonomía típicamente monoproductora y afrontar sin zozobras la hora,
que inevitablemente llegará, en que se agoten los reservorios del aceite
mineral. Dentro de esa política de desarrollo económico parece lo más indicado,
y así lo hará de inmediato el gobierno que presidiré, la iniciación de
conversaciones de cancillería con el gobierno amigo de Estados Unidos de
América, para revisar, por mutuo acuerdo, el Tratado Comercial vigente entre
ambos países. De igual modo se procurará arbitrar las fórmulas que hagan
coincidir las medidas de proteccionismo arancelario a la industria nacional y
el compromiso que no eludirá el gobierno de preferir en sus compras lo nacional
a lo importado, con la defensa de los intereses del consumidor, el cual pide
calidades aceptables a los productos criollos y que los precios de éstos no
sean lesionadores de su débil y quebrantada capacidad de compra.
El
desarrollo económico nacional reclama la realización de bien estructurados
programas, algunos bajo control estatal, como los de la petroquímica y la
siderúrgica; o mixtos, como el de la gran cuenca guayanesa, que por la
confluencia de la energía eléctrica del Caroní, de las reservas ferrosas
prácticamente inagotables, de amplias extensiones territoriales colonizables,
de la siderúrgica nacional en marcha, del Orinoco como vía fluvial fácil para
el tráfico transoceá¬nico, hacen de ese proyecto uno de los más tentadores para
quienes ambicionamos contribuir a la creación de una Venezuela grande, próspera
y feliz. Pero es que también faltan carreteras de penetración, complemento de
las troncales ya hechas; y electrificación, más acelerada; y una red de puertos
y aeropuertos; y obras de riego; y un sistema moderno de telecomunicaciones.
Pienso, y así habré de proponerlo al Consejo de Ministros, que debemos proceder
a contratar el estudio o realización de esas obras, de acuerdo con indicaciones
técnicamente elaboradas, para que se realicen en plazo lo más rápido posible y
puedan ser pagadas a las empresas europeas o norteamericanas que las construyan
en razonables lapsos de diez a quince años. De igual modo, debe pensarse en
utilizar el apreciable grado de capacitación de algunas empresas constructoras
nacionales para contratar con ellas la ejecución de obras pagaderas en varias
anualidades, mediante el sistema de partidas que se escalonen en sucesivos
presupuestos. Pertenece al repertorio que los conceptos más obsoletos,
realmente periclitados, la creencia de que un país, al utilizar su crédito
público en el mercado nacional o internacional, está enajenando parte de su
soberanía. Lo que se requiere es amplia discusión pública de cualquier
negociación que vaya a realizarse del tipo de las señaladas, con adecuado
conocimiento del soberano Congreso e información cabal al país de lo que se
proyecte.
Esta
utilización racional del crédito público permitirá aplicar aportes fiscales
cuantiosos y continuados a la atención de problemas de primera magnitud. Hay en
el país un desempleo generalizado y el número de personas sin trabajo, aun
cuando no esté tabulado, alcanza a una impresionante cifra. El promedio de
salario-día de una vasta porción del pueblo venezolano es tan bajo que el
índice de ingreso de la familia campesina, generalmente muy numerosa, es de
apenas ochocientos bolívares anuales, unos sesenta y tres bolívares mensuales.
Cada año aumenta en cien mil nuevos venezolanos el número de los que se
incorporan al mercado de trabajo, porque en el país existe un evidente
predominio de gente joven y cerca del 50% de la población se encuentra en un
límite de edad menor de los veinte años. La población campesina carece, en su
determinante mayoría, de créditos, de tierras, y su vivienda habitual es el
primitivo rancho de paredes de bahareque, techo de paja, piso de tierra, sin
servicios sanitarios de ninguna especie. Setecientos mil ranchos constituyen el
acervo de vivienda en el que habitan, en condiciones infrahumanas, varios
millones de venezolanos.
Más de
dos millones de adultos analfabetos; cerca de medio millón de niños en edad
escolar sin planteles donde concurrir; apenas seis mil estudiantes en escuelas técnicas
y artesanales; un déficit acusado de maestros y de profesores; pésimas
construcciones escolares. La mortalidad infantil en el grupo de uno a cuatro
años de edad es diez veces mayor en Venezuela que la registrada en los países
desarrollados. Faltan en casi todas las poblaciones buenos servicios de
acueductos y de cloacas y si se continuara su construcción al ritmo actual y no
se acelera ese ritmo, se necesitaría el transcurrir de cien años antes de
podérsele prestar esos servicios a toda la población. Los servicios
asistenciales son insuficientes y faltan hospitales, por lo cual es urgente
ejecutar nuevas construcciones, bien distribuidas geográficamente, con el fin
de cubrir el déficit existente y las necesidades de una población creciente que
reclama tres mil nuevas camas por año.
El Seguro
Social Obligatorio apenas cubre los riesgos de enfermedad y accidente de
trabajo yes imprescindible establecer los de invalidez, ancianidad, muerte y
subsidio familiar por el número de hijos.
El Estado
venezolano le aporta un menor porcentaje a ese Instituto de Seguros Sociales
del que al suyo le aporta Chile, nación de reconocidas dificultades
financieras.
Una
política concertada de creación de fuentes permanentes de trabajo, de reforma
agraria, de educación, de vivienda, de salud pública, la está exigiendo
Venezuela en imperiosa forma, y desatender esas necesidades significaría no
sólo criminal renuncia por la sociedad y por el Estado a sus deberes hacia la
parte menos favorecida en la distribución de la renta nacional, sino un seguro
riesgo de que el país se vea sacudido dentro del plazo más o menos largo por un
desbordamiento de masas de pueblos desesperados, similar al turbión de la
Guerra Federal.
Sería
actitud poco responsable de mi parte exponer ahora los lineamientos concretos
de un programa de acción administrativa. Habrá de ser discutido por el Gabinete
Ejecutivo, después de un plazo prudencial de iniciación de tareas del nuevo
gobierno. En su oportunidad será informado el país de los proyectos concretos en
los cuales cristalicen estas ideas de carácter general, que por otra parte se
ajustan al programa común de acción administrativa que suscribimos los
candidatos a la Presidencia de la República el 6 de diciembre.
No se
dispone de datos serios y confiables como para poder anunciar desde ahora un
programa articulado de acción administrativa para los próximos cinco años.
El
Departamento de Planeamiento Económico que habrá de organizarse con el concurso
de calificados técnicos nacionales y extranjeros, permitirá que para el año
60-61 sí pueda presentarse al país un plan a cumplir en los últimos cuatro años
del próximo quinquenio de gobierno y aun proyectado más allá de ese lapso,
porque no es tiempo que se pierde al insistir, con obstinada reiteración, en
que no llegaremos a solucionar armónicamente nuestros complejos y difíciles
problemas, si se continúa con el sistema de los planes parciales,
desarticulados e inconexos. Una coordinada y vasta acción de conjunto de
gobierno y nación, planeada con detenimiento y ejecutada con acometividad
agresiva, está pidiendo a gritos Venezuela para echar a andar con pasos seguros
hacia un orden social nuevo.
Si se
está en condiciones de asegurar desde ya que todos los planes administrativos
del gobierno se ejecutarán recabando el concurso de la iniciativa privada para
su mejor éxito, son tan vastos y difíciles los problemas del país, que para
solucionarlos se requiere la cooperación de todos los venezolanos con
sensibilidad social.
En lo que
a política nacional se refiere ninguna duda puede caber de que el gobierno será
respetuoso de las libertades públicas y garantizará su ejercicio; nadie será
coartado para la exteriorización de sus ideas por todos los medios de expresión
hablada o escrita, con la sola restricción de las que establecen las leyes de
la República para quienes irrespeten a las instituciones que el pueblo
libremente se dio o que pretendan, al amparo de las libertades, promover
subversiones o motines. El orden y la democracia son perfectamente
conciliables; el irrespeto y la agresión contra las autoridades legítimas no
pueden ser tolerados y no serán tolerados.
En
política internacional la línea de conducta del gobierno será consecuente con
los módulos democráticos de su política interna.
Apoyaremos
a las Naciones Unidas y a la Organización de los Estados Americanos y
respetaremos y cumpliremos los pactos internacionales suscritos por las
naciones que las integran. Solicitaremos cooperación de otros gobiernos
democráticos de América para pedir, unidos, que la Organización de Estados
Americanos excluya de su seno a los gobiernos dictatoriales porque no sólo
afrentan la dignidad de América sino también porque el artículo 10 de la Carta
de Bogotá, acta de constitución de la OEA, establece que sólo pueden formar
parte de ese organismo los gobiernos de origen respetable, nacidos de la
expresión de la voluntad popular, a través de la única fuente legítima de
poder, que son las elecciones libremente realizadas.
Regímenes
que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus
ciudadanos y los tiranicen con respaldo de policías políticas totalitaristas,
deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante acción
pacífica colectiva de la comunidad jurídica interamericana. Tesis coincidentes
con éstas aquí esbozadas son sostenidas hoy por partidos y personalidades muy
influyentes, tanto de la América Latina como de Estados Unidos. Y quiero aquí
rendir un homenaje de gratitud venezolana y de admi¬ración americana a quien,
por sostener estas ideas con motivo de la inasistencia de Costa Rica a la X
Conferencia Interamericana de Caracas, con el argumento inobjetable de estar
gobernado el país-sede por un régimen despótico, afrontó una invasión a su país
de tropas reclutadas, entrenadas y armadas por la Internacional de las
Dictaduras. Me he referido a quien es hoy, en este recinto, ilustre huésped de
Venezuela, el ex Presidente José Figueres.
Con los
Estados Unidos, país con el cual nos unen, como con el resto de la América
Latina, nexos geopolíticos y de vinculación económica, mantendremos cordiales
relaciones, y que por ser con el país más poderoso del continente deberán
situarse en un plano diferente de la sumisión colonialista y del desplante
provocador. Tengo motivos para creer, y así se lo digo responsablemente al
país, que serán normales, sin fricciones y mutuamente provechosas, las
relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Venezuela.
Se
procurará estrechas los nexos con los países de nuestra misma raza, religión,
lengua e intereses económicos comunes, ubicados en el ámbito geográfico de
América, porque además de los vínculos de tradición e historia nos une a ellos
la circunstancia de ser todos países subdesarrollados o insuficientemente
desarrollados. Tendremos presente en nuestra política de acercamiento con el
resto de Latinoamérica, el apotegma previsivo del Libertador, formulado hace
más de un siglo y que conserva plena vigencia: "Sólo la unión de los
pueblos latinos de América los hard grandes y respetables ante las demás
naciones".
Se enfocarán
las posibilidades de concertar con otros países latinoamericanos acuerdos
subregionales en materia económica y cultural, y se reafirmarán las gestiones
iniciadas por el gobierno provisional para que la sede del proyectado Banco
Interamericano de Fomento se radique en Caracas, a fin de que se amplíe la
hasta ahora tímida política orientada a procurar que los organismos
fundamentales del sistema interamericano no funcionen sólo en Washington o en
Nueva York. Prestaremos nuestra colaboración a los trabajos exploratorios que
se adelantan para la realización, a largo plazo, de la idea del mercado común
latinoamericano, movimiento que no debe apreciarse con miope aislacionismo
aldeano, ahora que los pueblos asiáticos, africanos y árabes nos están enseñando
cómo a través de la concertación de acuerdos multinacionales los pequeños
países pueden hacer oír cabalmente su voz en estos tiempos de división del
mundo en bloques de grandes potencias.
Toda la
política nacional e internacional del Gobierno se realizará a la luz del día,
en diálogo constante del Gobierno con el pueblo, sin ocultarle nada a la
nación, porque en definitiva los gobernantes no son sino mandatarios de ella, y
porque es esa vigilancia permanente de la opinión pública lo que le impide al
gobernante desviarse hacia el ensimismamiento ególatra, hacia la vacua
presunción de infalibilidad. Consultaremos así, sin arrogancia, con humilde
ánimo de escuchar y de atender lo razonable, a todos los sectores de la
colectividad con respecto a los rumbos políticos y administrativos por
imprimirle a la nación.
Se
continuará el tradicional sistema, en materia religiosa, de libertad de cultos,
afincado en sólidas tradiciones. El respeto a todas las creencias de carácter
confesional no excluye el reconocimiento de que la mayoría del pueblo
venezolano profesa y practica la religión católica. Cordiales serán las
relaciones con la Iglesia, cuyo máximo prelado, monseñor Rafael Arias Blanco,
ha contribuido en mucho a las buenas relaciones hoy existentes entre la jerarquía
eclesiás¬ticas y las distintas colectividades políticas. Personalmente, creo
que ha llegado la hora de que se inicien conversaciones con la Santa Sede para
presentarle al Congreso de la República fórmulas que permitan, si éste lo
considera conveniente, la sustitución de los inoperantes cartabones contenidos
en la Ley del Patronato Eclesiástico, legislación perteneciente casi a la
prehistoria de nuestro derecho público, por las normas más flexibles de un
moderno modus vivendi, cuidadosamente discutido entre las partes contratantes.
La
crudeza con que he expuesto algunas de las dificultades y problemas que
confronta nuestro país coincide, aun cuando esto parezca paradójico, con la
firme actitud de optimismo con que avizoro el porvenir de Venezuela, el inmediato
y el mediato. Tenemos problemas, pero con posibilidades de afrontarlos para
resolverlos. Nuestras riquezas mineras -petróleo, hierro- serán por varios años
fuentes seguras de divisas; cantamos con una población laboriosa, trabajadora,
esforzada, y la capitalización nacional ha permitido la formación de grupos de
hombres de empresa con agresividad y empuje de capitanes de industria. Hay,
además, un estado de ánimo colectivo en esta gran hora venezolana, propicio al
entusiasmo, a la confianza en el porvenir, a la fe en el futuro. Conjugando
recursos, voluntades y esfuerzos públicos y privados, podemos llevar adelante
la empresa de estabilizar un régimen democrático en Venezuela, no sólo
garantizador del ejercicio de las libertades ciudadanas sino también eficaz
agente creador de riqueza, de cultura y de bienestar general. En esta empresa
todos los venezolanos debemos empeñarnos, resueltamente, sin temor alguno por
riesgos que amenacen la estabilidad del régimen que hoy se inicia. El Gobierno
constitucional nace asistido de un sólido aval de opinión colectiva; y con el
respaldo leal de las Fuerzas Armadas. He tenido ya amplio contacto, en mi
condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que conlleva el cargo de
Presidente de la República, con oficiales, suboficiales, clases y soldados del
Ejército, la Aviación, la Marina y las Fuerzas Armadas de Cooperación. He
podido apreciar que en los venezolanos dedicados al servicio de la patria en la
institución castrense, prevalece un afán de superación, de estudio, de trabajo,
dentro de un concepto de profesionalización y apoliticismo de la institución.
He podido observar también cómo detrás de las fachadas de espectaculares
edificaciones, no solicitadas ni deseadas por la institución castrense, se
ocultan muchas dificultades y problemas para la mejor estructuración de
nuestras Fuerzas Armadas. El Gobierno constitucional les prestará la debida
atención, por considerar que son imprescindibles para la República y porque
cumplen una silenciosa, abnegada y relevante labor, al garantizar el orden
público y la seguridad de las fronteras nacionales.
Ciudadanos
congresantes:
Con el
país, a través de vosotros, contraigo el compromiso de venir a otra cita con el
Poder Legislativo. Será el 9 de abril de 1964, cuando vaya a entregar a mi
sucesor, electo como yo en comicios pacíficos y libres, esta banda tricolor que
es símbolo del poder presidencial en Venezuela, y con la cual me cruzó el pecho
el señor Presidente del Senado, mi fraternal amigo y compañero de treinta años,
Raúl Leoni.
Estoy
seguro de que cuando dentro de cinco años venga aquí a cumplir con el
imperativo constitucional de transferirle la banda presidencial a quien habrá
de sucederme en la jefatura del Estado, se podrá decir que he cometido muchos
errores y desaciertos en mi gestión de Presidente de la República, por que la
infalibilidad y la aptitud para acertar siempre, no son virtudes que se hayan
dado nunca en ningún ser humano. Pero Venezuela reconocerá entonces -estoy
seguro de ello, porque tengo dominio de mis convicciones- cómo durante los años
en que cumplí el mandato de Presidente de la República, no actué nunca con
intención distinta de la de procurar con lealtad, con empelo creador, con fe si
se quiere fanatizada, la gloria de Venezuela y la felicidad de su pueblo.
Ciudadanos
senadores;
Ciudadanos
diputados.
ROMULO
A. BETANCOURT
No hay comentarios:
Publicar un comentario